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El ejemplo de Portugal

El difícil resultado electoral de las elecciones generales españolas celebradas ayer, que arrojaron un Congreso de los Diputados sin mayorías absolutas y con una enorme fragmentación, ha consternado a una parte de la sociedad política española, que no sabe qué pasará ahora. Ciertamente, la desaparición de la mayoría absoluta que el Partido Popular, en su victoria más amarga, logró en las elecciones de 2011 abre una oportunidad a que se impongan nuevas formas de hacer política, y eso provoca mucho miedo en la parte más inmovilista de nuestra sociedad. Muchos de los analistas políticos comparaban la nueva composición parlamentaria española con la Italia después del escándalo Tangentópoli, que dinamitó el sistema clásico de bipartidismo entre Democracia Cristiana y Partido Comunista Italiano. Sin embargo, más cerca de nuestras fronteras, hay un ejemplo muy ilustrativo de cómo, tras unas elecciones con un resultado extraño, los nuevos parlamentos permiten que acabe mandando quien puede garantizar la estabilidad de un gobierno, y éste no es necesariamente el partido ganador. Se trata, por supuesto, de Portugal. 

El país luso celebró elecciones legislativas el 4 de octubre de este año. Para ellas, el primer ministro conservador, Pedro Passos Coelho, se presentaba en una coalición formalizada con el partido que había sujetado su gobierno, el CDS-PP de Paulo Portas, como una forma de garantizar la mayoría absoluta, y asegurar la política de austeridad aplicada por este ejecutivo desde que accedió al poder en 2011. Enfrente, como principal partido de la oposición, aparecía el Partido Socialista, derrotado en 2011 tras el duro rescate que hubo de aprobarse, y con el popular ex-alcalde de Lisboa António Costa como candidato, con la expectativa de discutir esta mayoría absoluta. Aparecían también otros dos partidos de izquierda, el Bloco de Esquerda, representante de una izquierda alternativa, y el Partido Comunista Portugués. Las encuestas de los últimos días antes de las elecciones mostraban una ventaja de la coalición conservadora, cerca de la mayoría absoluta. 

Sin embargo, el resultado electoral dejó una situación muy compleja. Las elecciones las ganó Portugal à Frente, la coalición conservadora, que sin embargo, perdió 25 de sus escaños, y se quedó con 107 escaños, a nueva de la ansiada mayoría absoluta, un representante menos de lo que Passos había conseguido solo en 2011. El Partido Socialista mejoró su resultado de 2011, pero no se acercó a la victoria. El Bloco de Esquerda y el Partido Comunista obtuvieron 19 y 17 representantes respectivamente. El partido ecologista Personas- Animales- Naturaleza entraba en la cámara lusa con 1 diputado. Passos Coelho ganaba, pero la configuración parlamentaria hacía muy difícil su reelección, puesto que no había partidos de centro-derecha representados fuera de su coalición. La noche electoral, sin embargo, pudieron generarse ciertas esperanzas, puesto que el candidato socialista se mostró contrario a una gran coalición de izquierdas para desbancar a la derecha del poder. En cambio, según fueron avanzando las semanas, y se iniciaron las rondas de contactos, las reuniones entre los tres partidos progresistas que podían garantizar un gobierno estable se hicieron frecuentes, y se filtró que se estaba cerca de un acuerdo. Dicho pacto se formalizó el 21 de octubre, cuando la asamblea estaba a punto de constituirse. 

El líder conservador, Pedro Passos Coelho, y el líder socialista, António Costa, durante uno de los debates electorales

Pero entonces, cuando el gobierno socialista parecía un hecho, se produjo algo extraño. En lo que para muchos supuso un golpe de Estado de facto, el presidente de la República, el conservador Aníbal Cavaco Silva, hizo oídos sordos al pacto entre los socialistas y los otros dos partidos de izquierda, y encargó formar gobierno a Pedro Passos Coelho, que pese a su mayoría simple en las elecciones no podía garantizar un gobierno con vocación de permanencia. No contento con este movimiento, Cavaco criticó a los socialistas por no haber apoyado a Passos, entendiendo que sus programas eran convergentes, e hizo un discurso encendido lejos de la imparcialidad que se le suponía por su puesto. Las expresiones de extrañeza y de censura por la decisión del presidente no se hicieron esperar, y en global, la idea que se extraía de todas ellas era que la legislatura sería muy corta, que aquella rabieta del presidente tendría como consecuencia que el país quedase más tiempo sin gobierno aun habiendo una alternativa estable, y que Cavaco actuaba más en clave de partido que de país. La candidata del Bloco de Esquerda afirmó que el discurso de Cavaco era inaceptable, insultante y chantajista, y desde el PS, se habló de afrenta a su partido, y a una mayoría de portugueses representados por lo tres partidos que habian cerrado el pacto de gobierno. Al contrario de lo que pretendía, el presidente unió más a la izquierda, que reafirmó su acuerdo. 
Pedro Passos Coelho formó gobierno y tomó posesión, pero debia someterse a una sesión parlamentaria en la cual expusiese los planes de su ejecutivo. Para esa sesión, el PS, el Bloco de Esquerda y el Partido Comunista presentaron una moción de censura. Passos creó un ministerio de Cultura y asumió en su discurso parlamentario algunas de las medidas propuestas por los socialistas, como una forma de intentar crear disensión entre las filas de ese partido, y como una forma también de presentarse como una fuerza dialogante frente a su oposición. No le valió, y tras 11 días de mandato, siendo por tanto el gobierno más breve de la historia de Portugal, el ejecutivo de Passos Coelho fue censurado, y por tanto cesó de sus responsabilidades, por 123 votos en contra suya. Se abrían entonces tres posibles caminos, y la decisión estaba en manos de Cavaco: dejar el gobierno de Passos en funciones hasta poder convocar nuevas elecciones, un gabinete técnico nombrado por él, o encargar la formación de un gobierno a António Costa, y nada estaba claro. Cavaco ralentizó todo lo que pudo su decisión, porque no quería nombrar a Costa, y ello provocó que un diputado socialista llamase gángster al presidente en Twitter. Finalmente, el 24 de noviembre, Cavaco Silva nombró primer ministro a António Costa, a regañadientes, y dejando claro que solamente tomaba esa decisión porque no tenía otra alternativa. El socialista se convirtió en primer ministro dos días después. 

El gobierno de Costa apenas ha tenido tiempo para hacer nada. Su composición está entre socialistas e independientes. Destacan la ministra de Justicia, Francisca van Dunem, la primera ministra negra de la historia, y con una relación familiar con el Movimiento Popular de Liberación de Angola; José Antonio Vieira da Silva, un clásico del socialismo luso, ministro con José Sócrates, y nuevo responsable de Trabajo; el economista Manuel Caldeira Cabral, que entra como independiente para dirigir la política económica del nuevo gobierno; y el regreso del ministerio de Cultura, con Joao Soares, hijo de Mário Soares, figura clave del socialismo portugués, al frente. En su discurso de investidura, el primer ministro Costa intentó huir del antieuropeísmo de sus socios de gobierno, y afirmó que su país cumpliría ante la UE, aunque eliminando la austeridad, bajando impuestos, quitando los recortes a los funcionarios y luchando por alcanzar el objetivo de déficit. En la primera sesión tras la investidura, se produjo una pequeña fisura en la coalición de gobierno a cuenta del IRPF, que los socialistas querían bajar, pero que tanto comunistas como bloquistas querían eliminar. La última gran medida ha sido la subida de pensiones, subsidios por desempleo y salario mínimo, y será en 2016 cuando se vea hasta dónde llega el gobierno socialista con apoyo comunista y bloquista.

La inestabilidad política en el país parece haberse eliminado con la designación de António Costa como primer ministro portugués. El nuevo gobierno tiene gran apoyo por parte de los sindicatos, y una enorme base social que quiere una buena gestión. Sin embargo, la oposición es implacable, y ya en la sesión de investidura, presentaron una moción de censura que no podía triunfar, pero que mostró el talante con el cual Passos Coelho y Portas plantean esta investidura, insistiendo en que el gobierno socialista es constitucional pero ilegítimo. Por si fuera poco, el próximo 24 de enero, se celebran elecciones presidenciales en el país luso para elegir al sucesor de Cavaco, jefe de Estado desde 2006. El favorito para alcanzar la presidencia es, según todas las encuestas, Marcelo Rebelo de Sousa, conservador, y ministro entre 1982 y 1983. El nuevo presidente, especialmente si como parece es conservador, tendrá que mostrar altura de miras para permitir al gobierno socialista continuar su labor y tratar de ejercer el poder de una manera diferente a estos últimos cuatro años.

Indudablemente, y al contrario de lo que dice la oposición, el gobierno de António Costa es tanto constitucional como legítimo. La crisis económica ha repercutido seriamente en el sistema político, y ya no hay mayorías absolutas, lo cual obliga a negociar y a que gobierne quien pueda garantizar la estabilidad. Passos Coelho tuvo la posibilidad de hacerlo, y no lo consiguió, por lo que lo lógico era que se diera la opción al segundo partido de mandar. Las diferencias ideológicas entre los socialistas y sus nuevos socios de gobierno son en algunos puntos insalvables, sin embargo, han echado mano de la responsabilidad, y el propio Costa, en su discurso de investidura, señaló que se había salvado una trinchera de 40 años gracias al acuerdo de gobierno. La política ha cambiado, y los viejos elefantes, como Cavaco, tardarán en aceptarlo, y en muchos casos no podrán hacerse a ello, pero es un hecho que la política funciona ahora así. Lo que ha pasado en Portugal y en España podría repetirse en otros países, y es necesario que haya una correspondencia entre lo que pasa en las urnas y en la calle y lo que pasa en los viejos salones de la política en los que parece que va entrando luz. 

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