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1978, el año de los tres Papas

1978 ha pasado a la historia como el año de los tres papas. A principios de agosto de 1978, Pablo VI, sumo pontífice desde 1963, falleció tras 15 años en la silla de San Pedro. A finales de octubre de ese mismo año, el inquilino del Vaticano era Juan Pablo II, cardenal polaco que fue elegido en el segundo cónclave del año, tras el inesperado fallecimiento de su antecesor, Juan Pablo I, cuyo mandato solamente duró 33 días. Fue un año extraordinariamente movido para una Iglesia católica que tuvo que organizar dos funerales y dos cónclaves en poco tiempo, y que marcó para siempre el funcionamiento del Vaticano.

La salud de Pablo VI había comenzado a resentirse a lo largo de 1978, tras 15 años de papado. Le afectó muy personalmente el secuestro y posterior amigo de su amigo Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas ese mismo año. Pablo VI apeló a los secuestradores para que liberaran al político democristiano, llegando a escribirles una carta, e incluso intentó reunir el dinero del rescate. Todo fue en vano, y el cadáver de Moro fue encontrado con varios balazos en la cabeza en el maletero de un coche en la Via Caetani de Roma el 9 de mayo de 1978, tras 55 días de reclusión. Este hecho sumió en una profunda tristeza al viejo pontífice, que fallecería a su vez el 6 de agosto de ese mismo año, en su retiro veraniego en el Palacio de Castel Gandolfo, a 24 kilómetros de Roma. Tenía 80 años.

En aquel momento, se puso en marcha todo el operativo para la elección del nuevo pontífice. El camarlengo, Jean-Marie Villot, asumió las riendas de la iglesia en el periodo de sede vacante hasta el cónclave. Tras el entierro de Pablo VI, todo se preparó para la celebración del primer cónclave en 15 años, cuyo inicio quedó fijado para el 25 de agosto. Había tres candidatos preferiti: el arzobispo de Génova, Giuseppe Siri, que ya se había quedado a las puertas del papado en 1963; el arzobispo de Nápoles, Corrado Ursi; y el arzobispo de Florencia, Giovanni Benelli, líder del sector más liberal de la Iglesia. Sin embargo, como suele pasar en los cónclaves, el cardenal elegido como nuevo Papa no estaba en ninguna quiniela: el Patriarca de Venecia, Albino Luciani, que eligió como nombre Juan Pablo I.

El Papa Juan Pablo I

Luciani era un religioso joven, de apenas 65 años. Había sido nombrado cardenal por Pablo VI en 1973, y ascendió al puesto de Patriarca de Venecia en 1969. Fue el primer pontífice en elegir un nombre compuesto, homenajeando así a sus dos antecesores inmediatos, Juan XXIII y Pablo VI. En su primer discurso al mundo, Juan Pablo I dejó claro que él había sido el primer sorprendido por su nombramiento, una decisión de compromiso entre los dos sectores enfrentados. Ya en el balcón del Vaticano, el nuevo pontífice mostró la que sería la característica más reseñada de su corto papado: su sonrisa. La historia le recordaría como el Papa de la sonrisa, aquella con la que de forma tímida y nerviosa se presentó urbi et orbi.

Juan Pablo I había de ser un Papa del Concilio Vaticano II, la amplia reforma de la Iglesia llevada a cabo por Juan XXIII, que la modernizó y rompió algunas de las tradiciones. El nuevo Papa no rompió con algunos de los dogmas católicos, como la condena al aborto, al comunismo y la contracepción. Sin embargo, en su etapa como Patriarca de Venecia, Luciani mostró un interesante cambio de actitud respecto de la homosexualidad. Sus primeras decisiones al frente de la Iglesia mostraron su voluntad de no ser un pontífice más, y de presentarse lo más humano posible, renunciando a la coronación papal y recordando que se puso rojo cuando Pablo VI se quitó la estola y se la puso a Luciani en una visita a Venecia en 1972. El nuevo Papa tenía grandes planes para la Iglesia, y miraba al futuro con una sonrisa.

Sin embargo, su papado sería sorprendentemente, y para muchos sospechosamente, corto. Muchos de los libros que se han escrito desde entonces insistieron en la soledad del pontífice, que no estaba acostumbrado al funcionamiento interno del Vaticano. Otros lo desmintieron. El mundo se sobrecogería el 29 de septiembre cuando se anunció que el Papa había muerto la noche anterior. Treinta y tres días después de su elección, y con todos sus planes por hacer. A partir de entonces, y dadas las vagas e inconexas explicaciones que se dieron desde El Vaticano, las teorías conspirativas sobre la muerte de Juan Pablo I se han sucedido, pero ninguna de ellas ha sido probada hasta ahora, y probablemente, las circunstancias reales que envolvieron al fallecimiento del pontífice permanecerán siempre en secreto. Tras los funerales, Juan Pablo I fue enterrado en las Grutas Vaticanas, junto a otros pontífices.

El cardenal Karol Wojtyla tras ser elegido Papa con el nombre de Juan Pablo II en 1978

El fallecimiento de Juan Pablo I obligaba a la Iglesia a poner en marcha por segunda vez en escasas semanas el procedimiento de sede vacante y a preparar un nuevo cónclave. De nuevo Jean-Marie Villot se hizo cargo de la Iglesia, y de nuevo los candidatos preferidos eran los mismos que apenas unas semanas antes. Benelli y Sergio Pignedoli, presidente del Secretariado de No Cristianos, lideraban el sector liberal, y Giuseppe Siri esperaba que por fin fuera su momento para acceder a la silla de San Pedro. Benelli era el gran favorito, y en las primeras votaciones, estuvo a muy poco de ser nombrado. Sin embargo, como suele ocurrir, empezó a surgir una oposición al candidato favorito, y en los corrillos del cónclave, se empezó a proponer un candidato de compromiso que pudiera romper el bloqueo. El elegido fue un absoluto desconocido, el cardenal polaco Karol Józef Wojtyła, que eligió homenajear a su antecesor y convertirse en Juan Pablo II.

Wojtyła había conseguido el apoyo de la práctica totalidad de los partidarios de Siri, así como de una buena parte del ala más conservadora del Colegio Cardenalicio, derrotando a Benelli por 111 votos a 99 en la octava votación. Juan Pablo II se convertió en el primer pontífice no italiano desde la elección del flamenco Adriano VI en 1522. Inmediatamente después de su elección, el Papa salió al balcón de la Basílica de San Pedro, pronunciando unas breves palabras. Días después, en su toma de posesión, el nuevo pontífice instó a los más jóvenes a "no tener miedo y abrir las puertas a Cristo", en uno de sus discursos más recordados.

Juan Pablo II conseguiría sobrevivir a los 33 días de su antecesor y mantenerse en la silla de San Pedro durante 26 años, lo que le permitió ser el tercer pontífice más veterano de la historia. Se convertiría en uno de los Papas más emblemáticos de la historia, y su muerte, en 2005, fue un momento de profunda conmoción mundial. Tal vez en sus últimos momentos el pontífice tuviese un recuerdo para aquella calurosa tarde de septiembre de 1978 en que llegó al poder, cerrando así el año de los tres papas.

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