La elección de Gentiloni, ministro de Asuntos Exteriores hasta su nombramiento para el Palazzo Chigi, ha supuesto el primer gran reto para la presidencia de Sergio Mattarella, elegido jefe de Estado a principios de 2015. El convulso sistema político italiano ha provocado que pocos presidentes hayan terminado su gestión sin tener que afrontar una coyuntura parecida. El presidente convenció a Renzi de retrasar su renuncia hasta que aprobase los presupuestos, un trámite rápido, y posteriormente comenzó su ronda de contactos. Antes de que ésta comenzase, el nombre que más sonaba como nuevo jefe de gobierno era el de Pier Carlo Padoan, veterano responsable de Economía, que había ocupado cargos importantes en diferentes instituciones económicas, y con un perfil tecnócrata. Sin embargo, el domingo 11, se anunció por sorpresa el nombramiento de Gentiloni, que no estaba en ninguna quiniela.
Sin embargo, el perfil del nuevo jefe de gobierno parece muy adecuado para el actual momento político de su país. Frente al polémico estilo de Matteo Renzi, el nuevo primer ministro es un hombre discreto y para muchos sin carisma, que ha preferido durante gran parte de su carrera política estar en segundo plano, y que ya en sus primeras declaraciones ha reivindicado el legado de su antecesor. Procede de La Margherita, formación centrista en la que también militaba Renzi, y que se integró en el Partido Democrático en 2007. Su carrera empezó de la mano del ex-alcalde de Roma Francesco Rutelli, y ocupó una cartera ministerial en el gobierno de Romano Prodi. En 2014, tras el nombramiento de Federica Mogherini como Alta Representante para la Política Exterior de la Unión Europea (PESC), fue nombrado ministro de Exteriores.
Tras la victoria del no en el referéndum constitucional, muchas fuerzas de oposición, sobre todo el Movimiento 5 Estrellas y la Liga Norte, los dos partidos que se favorecerían más de un adelanto electoral, han exigido la convocatoria inmediata de nuevos comicios. Éstos no pueden convocarse todavía, ya que quedan algunos elementos importantes dentro de la ley electoral que deben ser aprobados antes de que se puedan disolver las Cortes. Para muchos, se trata del único trabajo que el ejecutivo de Gentiloni debería hacer, sin embargo, la composición del nuevo gobierno lleva a pensar que no es ésta la idea que el presidente del Consejo de Ministros tiene en la cabeza. El nombramiento más importante ha sido el del ministro del Interior saliente, Angelino Alfano, como nuevo ministro de Asuntos Exteriores.
Esta legislatura, que comenzó con el triunfo insuficiente de Pier Luigi Bersani en las elecciones de 2013, ha repetido la historia de otras legislaturas convulsas en el país. En la segunda legislatura, hubo hasta 5 primeros ministros, y en la tercera, quinta y octava, 4. En ésta, con Gentiloni, ya son 3 los jefes de gobierno que han dirigido el país. Italia siempre se ha caracterizado por una inestabilidad política endémica cuya solución no parece estar cercana, y que empeoró tras los escándalos de corrupción que quebraron el binomio clásico de partidos entre Democracia Cristiana y Partido Comunista Italiano. Las sucesivas reformas estructurales no han acercado la resolución definitiva de este conflicto político permanente, que ha bloqueado al país en numerosas ocasiones.
El primer jefe de Gobierno de la República Italiana que no procedió de la Democracia Cristiana fue Giuliano Amato. Las elecciones de 1992 trajeron una mayoría muy corta para la Democracia Cristiana, y el entonces presidente de la República, Oscar Luigi Scalfaro, decidió, tras un largo debate parlamentario, nombrar como primer ministro al socialista Amato. Desde entonces, el país transalpino ha tenido 11 primeros ministros en 24 años, y el que más ha durado fue el segundo de Silvio Berlusconi, con casi 4 años de duración. Italia está acostumbrada a tener una situación de interinidad casi permanente, con primeros ministros técnicos con un perfil no demasiado alto que funcionan como caretakers. Gentiloni es el último de esta larga lista.
Las próximas elecciones, se celebren cuando se celebren, serán un interesante enfrentamiento entre las diversas facciones de la política italiana. Matteo Renzi volverá con casi toda seguridad a la política activa para liderar la candidatura del Partido Democrático, enfrentándose de nuevo a la oposición de la izquierda de su partido. Beppe Grillo tratará de ganar las elecciones para su movimiento, colocando a Luigi di Maio en la presidencia del Consejo. La derecha se presentará desunida, con Forza Italia, probablemente ya sin Silvio Berlusconi, por un lado, y con el Nuevo Centro Derecha, principal socio del gobierno de Paolo Gentiloni, por otro. Serán las primeras elecciones en las que se aplique el sistema de segunda vuelta, por el cual los dos partidos que más votos han obtenido en la primera vuelta se enfrentarán en un balotaje. Para que esto pueda producirse, es necesario que se lleve a cabo el final de la reforma.
En su tiempo como primer ministro, Paolo Gentiloni podría hacer muchas cosas. En todo caso, lo más probable es que trate de legislar normalmente, y suavice las perspectivas electorales de su partido. Se podría producir, sin embargo, una fractura entre Gentiloni y Renzi si el primero muestra individualidades, sobre todo respecto de un posible adelanto electoral que pueda interesar al primer ministro saliente pero que el actual presidente del Consejo no considere oportuno. El Palazzo Chigi es la mayor responsabilidad que muchos políticos italianos podrán lograr en toda su carrera política, por ello, es predecible que Gentiloni no querrá ser un parche, sino hacer algo importante por lo que sea recordado.
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