La amenaza de convocatoria electoral anticipada era real. La desunión en las filas de Syriza y los recortes económicos han provocado numerosas protestas populares, y el gobierno estaba al borde de una crisis de impredecibles consecuencias. Por tanto, todo el esfuerzo del partido se enfocaba en evitar esta nueva cita con las urnas. Por si fuera poco, las encuestas muestran desde el mes de enero casi con absoluta unanimidad la ventaja del principal partido de la oposición, Nueva Democracia. La formación conservadora cambió a finales del año de liderazgo, con la victoria de Kyriakos Mitsotakis, miembro de una de las familias políticas más emblemáticas de su país. Mitsotakis ha conseguido volver a poner a Nueva Democracia por delante en las encuestas, con una ventaja máxima de 15 puntos.
Sin embargo, en su discurso de victoria, Tsípras negó que se fueran a adelantar las elecciones, y puso como ejemplo al británico Jeremy Corbyn de cómo podía construirse un partido de masas desde la izquierda. Por primera vez, el primer ministro griego reconoció errores, afirmando que el Programa de Salónica, con el que se presentó a las elecciones, no calculó bien la posibilidad de aumentar los ingresos públicos. Tsípras reconoció que, al llegar al gobierno, no se contaba con una situación financiera "extremadamente difícil". El primer ministro concluyó declarando -"El objetivo primordial del Gobierno es sacar al país de la tutela de los acreedores y romper el vínculo de deuda, recesión y austeridad".
En palabras del vicepresidente del Parlamento Europeo, Dimitris Papadimoulis, miembro de Syriza, -"Tsípras es hoy más fuerte y ya no está solo". Ciertamente, la nueva composición del comité del partido del gobierno se amplía más allá del círculo más cercano de Tsípras, y varios críticos entran en él, por ejemplo, el ministro de Economía, Efklidis Tsakalotos. Tras varios meses discretos en los que el estilo hípermediático del primer ministro se ha reducido y en el que se ha convertido en un gestor, el inquilino del Maximus Megaron ateniense vuelve a la carga para intentar recuperar el apoyo perdido y procurar no ser un líder breve ni una moda pasajera.
Ciertamente, el efecto Syriza no ha tenido parangón en toda Europa, tanto desde el punto de vista ideológico como en la rapidez con la que ha conquistado posiciones de poder. La quiebra del sistema político griego y del turnismo entre PASOK y Nueva Democracia durante décadas, escenificado por las sagas familiares a uno y otro lado que accedían al poder, como los Papandreu o los Karamanlis, generó un nuevo mapa de partidos y el surgimiento de Syriza, una coalición de fuerzas progresistas preexistentes, como segunda fuerza parlamentaria, en las dos elecciones celebradas en 2012. La impopularidad de las medidas de recorte que el gobierno conservador tuvo que aplicar provocó unas nuevas elecciones que Syriza consiguió ganar ampliamente.
Sin embargo, Alexis Tsípras ha sufrido numerosos golpes de la realidad política desde su victoria electoral a principios de 2015. Desgraciadamente, y como ya se ha demostrado en numerosas ocasiones, el líder que llega al gobierno de su país prometiendo una ruptura con la troika y la suspensión de los recortes jamás consigue llevar su compromiso a cabo, lo que además deriva en un descenso brusco de la popularidad del líder en cuestión. Eso fue lo que llevó a Tsípras a convocar una criticada consulta ciudadana sobre los recortes pretendidos por la Unión Europea. El resultado fue un espaldarazo para su mandato, con una victoria del no por un 61,31% de los votos, mayor ventaja de la esperada. Por eso, su siguiente movimiento fue inexplicable, ya que, con el resultado en la mano que avalaba su estrategia de dureza con la petición de recortes, anunció que aceptaba el programa de ajustes más duro, y posteriormente convocaba elecciones anticipadas.
Esa jugada también le salió bien, y Tsípras consiguió otra victoria, perdiendo solamente cuatro escaños, que fueron ganados por el PASOK, y logrando formar un nuevo gobierno con las mismas fuerzas que antes. Una de las ausencias más importantes de este segundo ejecutivo de Tsípras fue la del celebérrimo ministro de Economía Yanis Varoufakis, quien dimitió al día siguiente del referéndum. En este segundo mandato, el primer ministro ha mantenido un perfil más bajo, y ha aplicado varias medidas de austeridad. Asimismo, en noviembre de 2015, fue el primer líder heleno en visitar la provincia turca de Izmir, en las costas del Egeo, desde la ocupación otomana en 1919, y en reunirse con su homólogo turco, Ahmet Davutoglu, para negociar las políticas comunes de gestión de fronteras. Tsípras parece más un gestor ahora que hace unos meses.
La situación de la izquierda tradicional en Europa pasa por su peor momento, probablemente un punto de inflexión. La socialdemocracia no ha sido capaz de adaptarse a las nuevas tendencias, se ha quedado vieja, han triunfado las élites que se han impuesto sobre los militantes y actualmente están más cerca de los partidos neoliberales y democristianos. Por ello, lo que fuerzas como Syriza demuestren en el gobierno puede ser fundamental, puesto que queda un hueco importante, y estos nuevos partidos podrían cubrirlo. Pero deben ser conscientes de que tienen menos margen que los partidos tradicionales, y que deben comenzar un proceso de "des- demonización" para hacerse aceptables ante el gran público. Tienen que ser capaces de pasar de la campaña permanente a la gestión.
Alexis Tsípras comienza con su victoria en el congreso de su partido una nueva etapa de su mandato, con más fuerza y más apoyo. Por ello, es esperable que tenga pulso firme en asuntos en los que no vale interpretación, como el de los refugiados. Grecia es uno de los principales receptores de refugiados en toda Europa, por su posición geográfica. El acuerdo firmado entre Unión Europea y Turquía, por el que muchos de estos migrantes son devueltos al país otomano, no exime al país heleno de la enorme responsabilidad que tienen, con los campos de refugiados, como el de Idomeni, bloqueados por la masiva afluencia de personas, y con la situación en islas como Lesbos, que reciben migrantes cada día. El primer ministro heleno podría marcar aquí una diferencia importante con la tendencia del resto de Europa, y realizar una política de acogida basada en el respeto férreo de las disposiciones europeas y de los derechos humanos.
Grecia tiene aún mucho camino que recorrer, y previsiblemente, la inestabilidad política del último lustro continuará. Sin embargo, Tsípras tiene que hacer todo lo posible por no ser un primer ministro más. Su apoyo es uno de los más grandes de las últimas legislaturas en el país heleno, y debe aprovecharlo. Siendo consciente de que no conseguirá triunfar con la oposición absoluta a las políticas de austeridad, el primer ministro tiene que encontrar su hueco, y de forma discreta, casi invisible, dejar su huella en la historia política de su país.
Ciertamente, el efecto Syriza no ha tenido parangón en toda Europa, tanto desde el punto de vista ideológico como en la rapidez con la que ha conquistado posiciones de poder. La quiebra del sistema político griego y del turnismo entre PASOK y Nueva Democracia durante décadas, escenificado por las sagas familiares a uno y otro lado que accedían al poder, como los Papandreu o los Karamanlis, generó un nuevo mapa de partidos y el surgimiento de Syriza, una coalición de fuerzas progresistas preexistentes, como segunda fuerza parlamentaria, en las dos elecciones celebradas en 2012. La impopularidad de las medidas de recorte que el gobierno conservador tuvo que aplicar provocó unas nuevas elecciones que Syriza consiguió ganar ampliamente.
Sin embargo, Alexis Tsípras ha sufrido numerosos golpes de la realidad política desde su victoria electoral a principios de 2015. Desgraciadamente, y como ya se ha demostrado en numerosas ocasiones, el líder que llega al gobierno de su país prometiendo una ruptura con la troika y la suspensión de los recortes jamás consigue llevar su compromiso a cabo, lo que además deriva en un descenso brusco de la popularidad del líder en cuestión. Eso fue lo que llevó a Tsípras a convocar una criticada consulta ciudadana sobre los recortes pretendidos por la Unión Europea. El resultado fue un espaldarazo para su mandato, con una victoria del no por un 61,31% de los votos, mayor ventaja de la esperada. Por eso, su siguiente movimiento fue inexplicable, ya que, con el resultado en la mano que avalaba su estrategia de dureza con la petición de recortes, anunció que aceptaba el programa de ajustes más duro, y posteriormente convocaba elecciones anticipadas.
Esa jugada también le salió bien, y Tsípras consiguió otra victoria, perdiendo solamente cuatro escaños, que fueron ganados por el PASOK, y logrando formar un nuevo gobierno con las mismas fuerzas que antes. Una de las ausencias más importantes de este segundo ejecutivo de Tsípras fue la del celebérrimo ministro de Economía Yanis Varoufakis, quien dimitió al día siguiente del referéndum. En este segundo mandato, el primer ministro ha mantenido un perfil más bajo, y ha aplicado varias medidas de austeridad. Asimismo, en noviembre de 2015, fue el primer líder heleno en visitar la provincia turca de Izmir, en las costas del Egeo, desde la ocupación otomana en 1919, y en reunirse con su homólogo turco, Ahmet Davutoglu, para negociar las políticas comunes de gestión de fronteras. Tsípras parece más un gestor ahora que hace unos meses.
La situación de la izquierda tradicional en Europa pasa por su peor momento, probablemente un punto de inflexión. La socialdemocracia no ha sido capaz de adaptarse a las nuevas tendencias, se ha quedado vieja, han triunfado las élites que se han impuesto sobre los militantes y actualmente están más cerca de los partidos neoliberales y democristianos. Por ello, lo que fuerzas como Syriza demuestren en el gobierno puede ser fundamental, puesto que queda un hueco importante, y estos nuevos partidos podrían cubrirlo. Pero deben ser conscientes de que tienen menos margen que los partidos tradicionales, y que deben comenzar un proceso de "des- demonización" para hacerse aceptables ante el gran público. Tienen que ser capaces de pasar de la campaña permanente a la gestión.
Alexis Tsípras comienza con su victoria en el congreso de su partido una nueva etapa de su mandato, con más fuerza y más apoyo. Por ello, es esperable que tenga pulso firme en asuntos en los que no vale interpretación, como el de los refugiados. Grecia es uno de los principales receptores de refugiados en toda Europa, por su posición geográfica. El acuerdo firmado entre Unión Europea y Turquía, por el que muchos de estos migrantes son devueltos al país otomano, no exime al país heleno de la enorme responsabilidad que tienen, con los campos de refugiados, como el de Idomeni, bloqueados por la masiva afluencia de personas, y con la situación en islas como Lesbos, que reciben migrantes cada día. El primer ministro heleno podría marcar aquí una diferencia importante con la tendencia del resto de Europa, y realizar una política de acogida basada en el respeto férreo de las disposiciones europeas y de los derechos humanos.
Grecia tiene aún mucho camino que recorrer, y previsiblemente, la inestabilidad política del último lustro continuará. Sin embargo, Tsípras tiene que hacer todo lo posible por no ser un primer ministro más. Su apoyo es uno de los más grandes de las últimas legislaturas en el país heleno, y debe aprovecharlo. Siendo consciente de que no conseguirá triunfar con la oposición absoluta a las políticas de austeridad, el primer ministro tiene que encontrar su hueco, y de forma discreta, casi invisible, dejar su huella en la historia política de su país.
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