La renuncia de François Hollande a la reelección fue y no fue una sorpresa. Todos eran conscientes de que el todavía presidente, que alcanzó entre un mar de ilusión y expectativas El Elíseo en 2012, tenía una pésima valoración, y esto llevaría a los socialistas a una derrota contundente en las elecciones. Sin embargo, muchos eran los que señalaban que Hollande todavía podía ganar unas primarias, y que al fin y al cabo era el presidente. Sin embargo, su decisión supuso un alivio colectivo para el progresismo francés, para el cual el presidente ya era más una carga que otra cosa. Las alabanzas a su persona se sucedieron, pero en todas planeaba una cierta condescendencia, y la certeza de que los ojos se ponían en las primarias.
Solamente pocos días después de la renuncia, en un acto celebrado en su feudo de Évry, una localidad francesa a 26 kilómetros de la capital parisina, Manuel Valls anunció que él sí se presentaría a las primarias de la Bella Alianza Popular (BAP), la coalición de las diversas fuerzas progresistas. Valls, cuya candidatura se había dado por segura incluso si Hollande hubiera buscado la reelección, insistió en que nada estaba escrito de cara a las presidenciales, y que aún se podía hacer mucho. Llamó a la unidad de la izquierda, puso en duda la clasificación de la extrema derecha para la segunda vuelta, e incluso hizo un alegato patriótico, al modo de los candidatos que ya están formalizados. -"Mi candidatura es también una rebelión" sentenció.
Por esto, la oposición del Partido Socialista se está intentando organizar para intentar que uno de los suyos pueda ser el candidato progresista. Hay sin embargo mucho desacuerdo en estas filas, y ha sido imposible presentar un único candidato para enfrentarse a Valls. Podría haberlo sido perfectamente el ex-ministro de Economía e Industria Arnaud Montebourg, hoy por hoy el mayor rival de Valls de cara a las primarias. Montebourg fue la revelación de las primarias de 2011 con un discurso renovador en el que instaba a la fundación de la VI República, y con muchos toques anti-globalización, y salió del ejecutivo en agosto de 2014, tras un giro liberal a la línea del gobierno. Montebourg está muy bien situado en las encuestas, pero su triunfo, ante la fortaleza de Valls, parece imposible.
También dimitió en agosto de 2014 como ministro otro de los candidatos, Benoît Hamon. Hamon forma parte asimismo de la izquierda crítica con Hollande y más especialmente con Valls, y ha establecido mucha cercanía con el Frente de Izquierda, la otra alianza de fuerzas progresistas que en estas elecciones podría obtener un mejor resultado que los socialistas. Convertido en uno de los mayores críticos con el presidente, al que exigía que se presentase a las primarias para decir la verdad a los franceses, Hamon se parte con Montebourg los apoyos de la izquierda del Partido Socialista. El principal problema que esta candidatura puede tener es que se quite votos con la anterior, y se pierda la posibilidad de unir fuerzas.
El 11 de diciembre, se produjo el anuncio de la última candidatura de importancia. El ex-ministro de Educación Vincent Peillon, refugiado en el Parlamento Europeo, donde muchos le habían olvidado, decidió dar un paso, y tras la retirada de Hollande, se lanzó a la campaña. Peillon podría ser un punto de encuentro entre las dos facciones, ya que está más a la izquierda que Valls, pero reivindica el legado de la presidencia de François Hollande. Ha recibido algunos apoyos importantes, como el del senador por París David Assouline o el de la alcaldesa de la capital Anne Hidalgo, sin embargo, su poca popularidad hace pronosticar que no le dará tiempo a convertirse en un candidato de peso.
Esta elección presidencial está a priori muy polarizada a la derecha, con la elección de François Fillon como candidato de la derecha y con Marine le Pen jugando un rol más grande que hasta ahora. Muchos entendían ésta como una gran oportunidad para que el Partido Socialista pudiera articular un discurso a la izquierda, y de esta manera ganar muchos apoyos. Sin embargo, la elección de Valls podría constituir otro giro a la derecha, dándose la situación en que cuatro de los principales candidatos a las elecciones, contando con Emmanuel Macron, comparten posturas neoliberales. La izquierda busca de manera desesperada un candidato de consenso, y éste debe ser el objetivo de las primarias socialistas del próximo mes de enero.
El próximo 7 de mayo, Francia elegirá un nuevo presidente o presidenta. El escenario que parece escrito desde hace unas semanas es que estará entre François Fillon y Marine le Pen, dos candidatos muy conservadores con programas similares y con el objetivo de seguir extendiendo el nacional-populismo por Europa. Los socialistas, eliminados de facto, tienen una última bola de partido para intentar reengancharse a las elecciones. Esto solamente se produciría con unas primarias limpias, en las que no hubiese descalificaciones personales entre los candidatos, y de las que saliese un partido unido con un proyecto renovado. Lo que se ha visto hasta ahora, sin embargo, no es muy alentador en este sentido. A los socialistas les va la vida en estas primarias, que pueden ser su resurrección o su certificado de defunción política, como tantos partidos socialdemócratas en Europa.
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