Aunque el primer párrafo de este artículo no sea más que una ficción, la posibilidad de que Marine Le Pen, política gala de 48 años, y presidenta del Frente Nacional desde 2011, acceda a la presidencia de la República Francesa ya no es una imposibilidad, es más, es muy real. De momento, ninguna encuesta coloca a la ultraderechista por delante de ningún candidato en segunda vuelta, aunque sí que es cierto que desde el comienzo de la administración de François Hollande, ella se ha beneficiado como nadie del desgaste político del presidente y también del principal partido de la oposición, Los Republicanos. Nada le debilita, ni siquiera los casos judiciales abiertos contra ella, ni siquiera la organización de bloques opositores que intentan impedir su triunfo. El Frente Nacional ya no es ese grupo marginal de extrema derecha que arañaba un 5% de los votos en cada elección presidencial. Es un partido nacional, con aspiraciones tremendamente ambiciosas, y lo es gracias a Marine Le Pen.
La primera muestra de que algo serio estaba cambiando en la política francesa se produjo en las elecciones al Parlamento Europeo de mayo de 2014. En ellas, el Frente Nacional, liderado por la propia Le Pen, obtuvo una victoria fundamental e histórica, logrando 24 escaños, un aumento de 21 respecto a los anteriores comicios. En 2009, el FN solamente tuvo 3 representantes. El partido ultraderechista entró con fuerza en el Parlamento Europeo, generándose la paradoja de que la formación más votada en uno de los países fundamentales en el proceso de construcción europea es de carácter eurófobo. Desde 2015, y junto a otras organizaciones del mismo corte político, como Alternativa por Alemania, el Partido por la Libertad de Austria o la Liga Norte, el Frente Nacional es el principal partido del grupo Europa de las Naciones y la Libertad. Aquella elección fue la primera en clave nacional vencida por los ultraderechistas.
Evidentemente, la fecha fundamental para comprender el ascenso del Frente Nacional es el 21 de abril de 2002. Ese día, y por sorpresa, Jean-Marie Le Pen, líder de la ultraderecha francesa desde 1972, consiguió ser el segundo candidato más votado en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, y su clasificación a una segunda vuelta histórica contra el presidente Jacques Chirac. Le Pen fue contundentemente derrotado en segunda vuelta, pero muchos empezaron entonces a predecir que aquello no había sido casual. Cinco años después, el Frente Nacional volvió a obtener resultados parecidos a los de las anteriores elecciones, recibiendo solamente un 10% de los votos, y quedando por detrás de los dos principales candidatos y del centrista François Bayrou. Sin embargo, a al lado del viejo líder, ya aparecía de manera constante su hija, militante del Frente Nacional desde 1986, y que era la sucesora. El resultado de las presidenciales de 2007 activó el cambio en la dirección del partido.
El cambio se vendió como una evolución ordenada, pero fue más bien un movimiento interno de las bases que desplazaron progresivamente a Jean-Marie Le Pen de la dirección del partido para colocar en ella a su hija Marine. El relevo se escenificó a principios de 2011 en un congreso del partido en la ciudad de Tours. A partir de entonces, Marine Le Pen ya tenía las manos libres, y su objetivo no era otro que obtener la presidencia. Las encuestas empezaron a sonreírle, llegando a estar por delante de Nicolas Sarkozy y de Martine Aubry en algunas de ellas. En la campaña presidencial, protagonizada por el duelo entre Hollande y Sarkozy, Le Pen empezó a esbozar algunas de sus propuestas, caracterizadas por la oposición al liberalismo y a la globalización, y la voluntad de regresar a viejos valores proteccionistas y nacionalistas. El resultado final fue muy bueno para Marine Le Pen, obteniendo un 17,90% de los votos, y convirtiéndose en árbitro de la segunda vuelta.
Finalmente, venció Hollande, y empezó a desarrollar sus medidas. Sin embargo, Marine Le Pen iba a lo suyo, poniendo en marcha más que nunca el llamado proceso de desdiabolización del Frente Nacional. Indudablemente, como se reflejaba en algunos sondeos, la nueva líder de la ultraderecha aparecía ante el gran público como una política más moderada que su padre, y más capaz de abandonar los postulados más extremistas de la formación para lograr el apoyo de una mayoría. El proceso fue un éxito, como se fue viendo en las sucesivas elecciones. El desencanto de los franceses con la política aumentaba, y en su mayoría era capitalizado por el Frente Nacional. El éxito también se trasladaba a la retórica. Le Pen ha sabido aprovechar los ataques terroristas, la crisis económica, el paro y los problemas de la Unión Europea para trazar un relato catastrófico en el que mucha gente cree.
Todo el mundo conoce las medidas propuestas por el Frente Nacional y lo que éstas significan. Al modo del Brexit, en cuya campaña Marine Le Pen participó fervientemente defendiendo la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, el Frente Nacional ha propuesto la celebración de un referéndum sobre la permanencia de Francia en el club comunitario. El Frexit propuesto por la candidata del Frente Nacional sería duro, con la salida de Schengen y el cierre de las fronteras. También propone la lucha contra el islamismo radical, con la prohibición general del velo integral para las mujeres, algo que el Frente Nacional disfraza de feminismo. En el programa con el que Marine Le Pen pretende ser elegida presidenta, hay también medidas que se pueden considerar transversales, como la eliminación de la polémica ley de Trabajo aprobada por el gobierno socialista y por la ministra de Trabajo Myriam El Khomri, o la bajada de la edad de jubilación a los 60 años, una propuesta que también incluye en su programa Jean-Luc Mélenchon. Es por tanto un programa muy diverso.
Marine Le Pen no ha tenido ningún problema en aparecer del lado de Donald Trump, Geert Wilders y Nigel Farage, líderes ultraderechistas en Europa. Recientemente, en lo que constituyó un movimiento muy criticado, la presidenta del Frente Nacional se reunió con el presidente de Rusia Vladimir Putin en Moscú. Esto aumentó las especulaciones sobre la posible injerencia rusa en las elecciones francesas, que ya provocó que el recuento en las recientes elecciones holandesas fuera a mano para evitar sorpresas desagradables. Es innegable por tanto que Le Pen forma parte de un grupo de mandatarios que han dejado la corrección política atrás, y que han hecho del nacionalismo y el proteccionismo su forma de ser. La victoria de la líder del Frente Nacional, por tanto, tendría consecuencias duraderas en el plano internacional.
El mundo se ha vuelto loco hace relativamente poco, y eso ha hecho posible que Donald Trump sea presidente de los Estados Unidos, que Gran Bretaña salga de la Unión Europea y que los valores que han fundamentado la sociedad occidental en los últimos años estén en duda. Es en este contexto en el que la victoria de Marine Le Pen en las próximas presidenciales es posible. Tendrían que pasar muchas cosas, y el frente republicano que detuvo a su padre en 2002, aunque debilitado, está preparado para actuar y apoyar con todo al candidato que se enfrente a ella. Pero si la ultraderechista vence en primera vuelta, aunque solamente sea por un puñado de votos, establecerá un precedente imborrable. El objetivo de Marine Le Pen es la conquista del poder, en una carrera de fondo. Su victoria en 2017 parece improbable. Sin embargo, aún queda mucho por decir, y como ella misma titula en su autobiografía, va siempre a contracorriente. En eso ha radicado su fuerza y su capacidad de lograr cosas imposibles.
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