Parece estar en el ADN de las elecciones presidenciales el hecho de que el escenario que se desarrolla tiene muy poco que ver con las previsiones del año anterior. Hace un año, parecía improbable que François Hollande se presentase a las presidenciales, pero mantenía la incógnita, y tenía la opción Valls por si todo fallaba. La derecha cabalgaba sin problema hacia una victoria contundente, liderada de forma decidida por el alcalde de Burdeos y ex - primer ministro Alain Juppé, capaz de golpear tanto a los socialistas como a Nicolas Sarkozy, que conculca odios y amores a partes iguales. La extrema derecha se sabía fuerte, aunque era muy consciente de que ganar la segunda vuelta y por tanto las presidenciales era virtualmente imposible. La izquierda estaba diseminada entre la oposición interna a Hollande y los grupúsculos informes que parecían incapaces de cerrar un acuerdo para ir unidos. Hoy, sin embargo, la perspectiva es meridianamente diferente.
Nadie contaba hace un año con la opción de que Emmanuel Macron, que entonces era todavía ministro de Economía, pero que ya iba mostrando su predilección y su determinación de participar como candidato en las siguientes elecciones, pudiese ser una figura fundamental en el nuevo reparto político galo. Ni siquiera que pudiera unir a un sector tan amplio de la población francesa, desde viejos socialdemócratas que en 2012 votaron a Hollande, pero que no votarán a Benoît Hamon en estos comicios, hasta centristas y conservadores que encuentran que la política francesa se ha radicalizado demasiado a la derecha. Macron ha pasado a ser la opción del voto útil, por el hundimiento de Fillon, y por su juventud, que hacen de él un candidato atractivo y en cierto modo deseable. Hoy por hoy, todos los indicadores señalan que él será el próximo presidente francés, en la que podría ser la solución menos traumática para Europa.
Porque por primera vez en la historia de la V República Francesa, un candidato de ultraderecha puede alcanzar el poder. El dique republicano parece haber caído, y el voto de censura al actual sistema político francés corre el riesgo de ser rentabilizado por el Frente Nacional y por Marine Le Pen para obtener la victoria en las presidenciales. Es cierto que el efecto Macron puede partir el voto crítico, pero Le Pen lleva desde 2012 preparando este asalto, lavándole la cara a su formación, y siendo hábilmente capaz de relacionar el enfado general de la sociedad de su país con sus propios intereses políticos. Mucho tiene que pasar para que Marine Le Pen pueda ganar el pulso en segunda vuelta, sea cual sea su rival, pero indudablemente puede ganar la primera vuelta, lo que ya sería un dato histórico y preocupante, y su derrota en el balotaje no sería ni de lejos tan abultada como la de su padre, Jean-Marie Le Pen, en 2002. Entonces, el patriarca fue derrotado por el voto útil, obteniendo tan sólo un 17% de los votos en la vuelta definitiva, un aumento de solamente un punto respecto de la primera vuelta, frente al contundente 82% de Jacques Chirac. Pero esto ya no es 2002, y la batalla no está clara.
Tan sólo un milagro parece capaz de salvar a François Fillon de ser un caso único en la política de su país. Su sorpresiva victoria en las primarias de la derecha francesa en invierno pasado le lanzó como un candidato diferente capaz de derrotar a Marine Le Pen sin prácticamente problemas. Pero había una sorpresa desagradable esperándole, en forma de escándalo de corrupción acerca de unos empleos falsos pero remunerados, afectando a su familia y a él mismo. Fillon se convirtió el mes pasado en el primer candidato presidencial en ser imputado por corrupción en plena campaña, y en tener que comparecer por ello. Esto le llevó a incumplir su propio compromiso de dimitir si tenía que presentarse frente a un juez, y convirtió en papel mojado todo su discurso acerca de la ejemplaridad y de la lucha contra la corrupción. Su descenso en las encuestas, en beneficio de Macron, no parece tener fin. Sin embargo, sus aliados insisten en que Fillon aún puede levantar el vuelo y ganar finalmente las elecciones. Si no lo hace, la derecha se sumirá en una gran crisis.
Una gran crisis de la que parece que no podrá salir el Partido Socialista, o por lo menos su marca, creada en 1969 por la confluencia de diversas fuerzas progresistas, y que hoy se encuentra en una situación inédita en esta república. Nunca antes un partido de gobierno se había venido abajo de la forma en que lo han hecho los socialistas, y nunca antes han sido tan horribles las previsiones. Benoît Hamon se presenta como candidato de un partido roto en que altos cargos como Valls o el ex-ministro de Defensa Jean-Yves Le Drian han decidido apoyar a Macron, y que no es creíble para ningún sector. La izquierda, que siempre ha visto con recelos a los socialistas, aplaude la elección de Hamon, del sector crítico, pero no quiere unir su destino al de la todavía mayoría presidencial. La derecha acusa a los socialistas de la actual situación en Francia. Por ello, Hamon debe intentar con todas sus fuerzas obtener un buen resultado, pero su partido se someterá próximamente a una catarsis.
Al contrario de lo que ocurre en muchos países, las elecciones presidenciales francesas siempre han registrado una enorme participación. Ésta nunca ha bajado del 75% en segunda vuelta. En 2002, se produjo el mayor aumento entre ambas vueltas. En la primera vuelta, la desmovilización y la fragmentación de la izquierda permitieron la clasificación de Jean-Marie Le Pen a la segunda vuelta. Dos semanas después, se produjo un aumento de ocho puntos porcentuales que permitió la elección de Jacques Chirac por el porcentaje más alto jamás visto. Éstas serán además las cuartas elecciones en las que el mandato del presidente dura cinco años. Un referéndum celebrado en 2000, marcado por una fuerte abstención, concluyó con la figura del septenio, y redujo así la duración máxima de un mandato presidencial, que pasaba de 14 años, un logro que solamente consiguió Mitterrand, elegido en 1981 y de nuevo en 1988, a 10. Esto redujo también las opciones de cohabitación, con las elecciones parlamentarias celebradas a las pocas semanas de las presidenciales.
Para muchos, éstas serán las últimas elecciones de la Quinta República Francesa tal y como es conocida. La posibilidad de que ninguno de los dos candidatos que concurra a la segunda vuelta definitiva pertenezca a un partido clásico elimina todo el carácter predecible de estos comicios. El frente republicano, la unión de las formaciones clásicas del sistema político francés para impedir que el Frente Nacional conquiste algún puesto, está más dividido que nunca, y aunque lo lógico es pensar que el candidato que se enfrente a Le Pen en segunda vuelta, sea Macron o sea Fillon, tendrá el apoyo de la mayoría del electorado en su asalto al Elíseo, no podría decirse si el trasvase de votos será absoluto, o si habrá un aumento de la abstención, sobre todo por parte de los votantes clásicos de izquierda, sometidos a una coyuntura pésima.
En el mundo posterior a la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, todo es posible. Hace 5 años, el triunfo de una ultraderechista en Francia, el país del que surgió el humanismo, la Ilustración y la cultura, parecía imposible. Hoy, ése es el riesgo que se extrae de estas elecciones. Es por ello que hay que estar atentos, porque todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Quedan apenas 20 días para que se resuelva la primera de las incógnitas, quiénes serán los dos candidatos a la segunda vuelta. Aún pueden pasar muchas cosas, los debates electorales van a comenzar pronto a celebrarse, y todo está en juego. Por eso, cualquier previsión que se realice hoy será con casi toda seguridad fallida. En Francia, estos comicios son cualquier cosa menos normal y predecible.
ABOUTME
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