El cónclave de 2013 marcó un antes y un después en la Iglesia. La insólita renuncia del poco popular Benedicto XVI, que adujo problemas de salud para renunciar al cargo, fue la primera desde el siglo XV, y sumió al Vaticano en un profundo debate acerca de qué perfil debía de tener el nuevo Papa. Los escándalos de corrupción de la Iglesia habían mellado la confianza de muchos, y era necesario un pontífice fuerte y con altura de miras para poder gestionar la situación. Los medios coincidían en la figura de un conservador, el cardenal Angelo Scola, como el favorito, aunque no pocos eran los que señalaban que aquella era una oportunidad única para reconciliar a la Iglesia con el Tercer Mundo y con los países menos desarrollados, y por lo tanto el arzobispo de Sao Paulo Odilo Scherer también fue incluido en muchas listas de 'papabiles'. La sorpresa fue mayúscula, cuando, en la tarde del segundo día de cónclave, el cardenal protodiácono Jean-Louis Tauran anunció la elección del arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio como el nuevo pontífice.
Las primeras semblanzas publicadas por la prensa tras la elección señalaban que Bergoglio había sido uno de los críticos más fervientes a las políticas de Néstor y Cristina Kirchner en su país, y algunos incluso afirmaron que había colaborado con la dictadura militar argentina. Sea como sea, quedó claro que se trataba de un religioso comprometido, que había recibido críticas a izquierda y a derecha, y que siempre había protegido a los más necesitados. En una de sus primeras intervenciones tras su elección, Francisco señaló su voluntad de construir una Iglesia para los pobres, y criticó los excesos, sobre todo económicos, del pasado. También quiso atacar la pederastia, otro de los principales problemas que hicieron que la confianza en la Iglesia se redujera. Asimismo, criticó el lujo, a la manera de uno de sus predecesores, Juan Pablo I. A medida que fueron pasando los meses, las visitas al Papa por parte de líderes internacionales se sucedieron. Todos querían ver a Francisco, incluidos Cristina Fernández de Kirchner y el presidente venezolano Nicolás Maduro. Personas que de otra manera no habrían pisado El Vaticano acudieron al encuentro del nuevo Papa. Tal vez por eso, la revista Time le nombró "El Papa del pueblo".
Los primeros meses del pontificado de Francisco estuvieron llenos de pequeños gestos. Rechazó vivir en el Palacio Apostólico, residencia papal desde finales del siglo XIX, para continuar residiendo en la Residencia de Santa Marta, en la que se alojan los cardenales durante el cónclave. Durante su primera Semana Santa como Papa, Francisco realizó la misa de Jueves Santo en un reformatorio de menores, y en Viernes Santo, rezó tendido en el suelo en la Basílica de San Pedro. También reanudó las relaciones con las otras confesiones mayoritarias. Su primer viaje de importancia fue en julio de 2013 a Brasil, durante las Jornadas Mundiales de la Juventud. Fue bastante simbólica la visita, puesto que Brasil es uno de los países más desiguales del mundo. Francisco utilizó este tiempo para reanudar la canonización del arzobispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, asesinado en 1980, y para declarar que por qué debía él criticar a los homosexuales. El 31 de agosto, se produjo un elemento de importancia, la elección de Pietro Parolin como nuevo secretario de Estado del Vaticano, sucediendo al todopoderoso Tarcisio Bertone. Parolin, algo más moderado que su antecesor, creó una polémica cuando realizó unas declaraciones a un periódico argentino en las que afirmó que el celibato no era un dogma inamovible.
A medida que el papado fue avanzando, los problemas del mundo fueron influyendo mucho en la acción de Francisco. El Papa puso el foco tanto en el drama de los refugiados que llegaban a la isla italiana de Lampedusa, muchos de ellos muertos, así como en la guerra de Siria. Este conflicto marcó muchos de los encuentros de Bergoglio en el invierno de 2013. Sin embargo, cuando se cumplió un año del cónclave, no fueron pocos los que mostraron su decepción por la falta de cambios reales en el seno de la Iglesia durante aquellos meses. Desde el Vaticano, se pidió tiempo, pero las críticas señalaron que Francisco no había acometido ninguna acción seria contra la pederastia ni la reforma de la curia, a pesar de haber mejorado la imagen de la Iglesia en el mundo. En cierto modo, acabó la "luna de miel", y a Francisco se le empezaban a pedir menos gestos y más reformas concretas. Tras los atentados del Charlie Hebdo el 7 de enero de 2015, el Papa cometió lo que para muchos fue un error al decir que no se podía ofender a la fe, y afirmar que, si se insultaba a su madre, se podía esperar un puñetazo suyo. Muchos críticos aprovecharon la oportunidad para exigir del Papa un respeto a la libertad de expresión, y una condena contundente a los atentados, algo que hizo.
Los dos viajes que han sido hasta ahora más importantes en el pontificado de Francisco fueron a América Latina. El primero fue en septiembre de 2015, y fue a Cuba. La importancia de la Iglesia en Cuba es creciente, sobre todo en el inminente proceso de transición a la democracia en el país, y los viajes de los pontífices siempre se acompañan de la liberación de presos por parte del gobierno como muestra de buena voluntad. En su visita a la mayor de las Antillas, el Papa ofició tres misas: en la celebérrima Plaza de la Revolución de La Habana, y en las ciudades de Holguín y Santiago de Cuba. Se reunió en privado con Fidel Castro, pero no con la disidencia cubana, en un gesto muy criticado por éstos. La visita del Papa a Cuba se centró básicamente en llamar a una transición ordenada, y en estimular la reanudación de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. El segundo viaje se produjo en febrero de este año, a México. Antes de llegar a México, Francisco se reunió en La Habana con el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Todos los discursos realizados por el pontífice en este viaje fueron para criticar la corrupción del país y la desaparición forzada. El Papa llegó a visitar una prisión de Ciudad Juárez antes de marcharse. El denominador común de ambas visitas fue la creencia del Papa en que su visita, y la influencia de la Iglesia en América Latina, pueden acelerar los cambios en ambos países.
Resulta especialmente curiosa y en cierto punto cómica la relación que Francisco mantiene con su país natal, Argentina. Desde su llegada al papado, Bergoglio no ha escatimado gestos para mostrar su cariño por su país, como renovar su pasaporte argentino o recibir a su equipo de fútbol, el San Lorenzo de Almagro. Sin embargo, la relación con el poder no ha sido siempre buena. A pesar de su oposición a las políticas kirchneristas, el que fuera arzobispo de Buenos Aires está más cercano al peronismo que a otras ideologías. Su relación con la antigua presidenta argentina mejoró a medida que el papado avanzó. En cambio, las cosas son muy diferentes con el nuevo presidente, Mauricio Macri, con el que ha habido muchas tiranteces, y con el que no existió ningún 'feeling' durante la reciente reunión que mantuvieron en el Vaticano, que fue muy breve. Las declaraciones que mejor reflejan el estado de ánimo de una parte de la política argentina con respecto al Papa las realizó la polémica diputada de la Unión Cívica Radical Elisa Carrió, quien afirmó -"Yo voy a ir al cielo. El Papa, no sé". Al fin y al cabo, nadie es profeta en su tierra.
La última gran polémica protagonizada por el Papa tuvo como protagonista al previsible candidato republicano a las presidenciales de noviembre en Estados Unidos Donald Trump, al que Francisco acusó de no ser cristiano, dadas las políticas que plantea. El Papa es un actor internacional clave, y debe ser consciente de eso, asumiendo las responsabilidades que debe, y denunciando las injusticias que considere. El reto de Francisco es seguir siendo útil en la esfera internacional, y al mismo tiempo acometer las necesarias reformas internas de la Iglesia Católica, sometida al oscurantismo durante siglos, y a la cual cada vez se pide más en este presente de autopistas de la información y globalización.
ABOUTME
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