Los atentados de la pasada semana en el aeropuerto de Bruselas y en el metro de la capital comunitaria han vuelto a poner de relieve que el terrorismo islamista es el principal problema actual de la política exterior mundial. Europa teme por su integridad ante la amenaza que plantea el Estado Islámico (ISIS), mientras discute a nivel nacional y comunitario acerca de cuál será la estrategia antiterrorista que seguir, toda vez que la marcada tras los brutales atentados de París en noviembre pasado parece no haber sido suficiente para impedir acciones como la que ha sucedido en suelo belga. Las soluciones planteadas son muy variadas, pero ninguna parece la definitiva. Mientras, ISIS amenaza con volver a atacar de manera inminente, y a poner en jaque de nuevo a la sociedad occidental.
Bruselas, expresión máxima del espíritu comunitario europeo, fue atacada la pasada semana de manera cruel por unos terroristas sin escrúpulos que volvieron a elegir para sus acciones lugares muy concurridos con el objetivo de matar a mucha gente. Durante estos últimos días, numerosos expertos de diferentes disciplinas han analizado bien qué ha pasado. Sin embargo, de los hechos acaecidos en la capital belga, cabe deducir que la preparación antiterrorista derivada de los atentados del 13 de noviembre en París ha sido defectuosa. La cooperación europea para evitar la entrada de terroristas al continente y el aumento de controles de seguridad han conseguido sin duda detener a numerosas personas que intentarían realizar acciones terroristas, pero no pudieron evitar los atentados del martes pasado. De momento, la seguridad no ha servido para detener a los terroristas, ni para evitar la sensación de peligro constante que caracteriza al actual terrorismo internacional.
El grupo terrorista que ha realizado estas acciones es el mismo que actuó en Francia en noviembre y en Turquía hace unas semanas: el Estado Islámico de Irak y del Levante (ISIS). ISIS nació en 1999, y se unió a Al – Qaeda, el grupo terrorista más importante en aquella época en el año 2004, aunque se separaron en febrero de 2014. El 29 de junio de ese año, se proclamaron como Califato. Su influencia y poder aumentó a partir del estallido de la Guerra Civil en Siria en el año 2011, dentro de las primaveras árabes que cambiaron un buen número de regímenes en los países de la zona, como el caso de Egipto, Libia o Túnez. Los islamistas recibieron buena parte de su armamento gracias a la financiación aliada en la lucha contra el gobierno de Bachar el Asad, pero el apoyo se les fue de las manos. La principal característica de ISIS es que tiene mucha más fuerza de la que tenía Al - Qaeda. El modus operandi es el de los atentados suicidas, ha ocurrido en la mayor parte de acciones de este grupo, y el armamento utilizado va desde las bombas hasta los rifles Kalashnikov. Los terroristas del Estado Islámico no tienen ningún tipo de escrúpulos, ni miedo a morir, y eso les hace aún más peligrosos.
Desde la Unión Europea, los atentados se han recibido con el lógico pesar, y los altos cargos comunitarios han intentado saber qué es lo que ha fallado en la estrategia de todos para evitar que el terrorismo internacional siga actuando, al menos en el suelo europeo. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, insistió en que debe continuarse con las reformas para acabar con el terrorismo, la primera de ella el registro único de pasajeros de avión. Juncker acusó a los estados de pasividad con el terrorismo, afirmando que si se hubieran implantado las medidas propuestas tras los atentados de París, no se habría llegado a esa situación. Sin embargo, la mayor parte de los ministros del Interior de la Unión Europea coinciden en que el terrorismo va a toda velocidad, y Europa va lenta en su combate. Los servicios secretos belgas tenían vigilados a los terroristas que actuaron en Bruselas, pero no pudieron detenerles. Probablemente, los atentados de la pasada semana generarán un movimiento hacia una mayor seguridad. El primer ministro francés, Manuel Valls, afirmó tras los atentados que Europa está en guerra, y declaró -"En los próximos años los socios de la UE tenemos que invertir masivamente en sistemas de seguridad adecuados ante la amenaza a la que nos enfrentamos". Estas declaraciones reflejan un modo de pensar en Europa que tiende a extenderse entre los que tienen la capacidad de decisión.
El momento al que se enfrenta Europa es inédito e incierto. La amenaza terrorista marcará no solamente la agenda exterior de la mayor parte de países miembros, sino también otras partidas presupuestarias. La industria para la guerra se pondrá de nuevo en marcha, y la lucha antiterrorista recibirá cada vez más dinero. Indudablemente, esta lucha ha detenido numerosos atentados, y si el público supiera la cantidad de acciones terroristas que no se han producido gracias a los servicios secretos, el apoyo a esto sería mayor. Sin embargo, Occidente está de momento perdiendo esta lucha, y tal vez haya que reevaluar la estrategia, o incluso cambiarla. De nada han servido hasta ahora las grandilocuencias y valentonadas de aquellos que
quieren combatir el fuego con más fuego, y que defienden la vulneración
de derechos humanos básicos en nombre de la seguridad. Ciertamente, tal y como dijo Dwight Eisenhower en su discurso de despedida en 1961, las circunstancias han obligado a construir un complejo militar-industrial permanente, pero siempre hay que intentar evitar en la medida de lo posible que ese complejo invada la esfera de lo privado de la ciudadanía.
La nueva frecuencia de atentados terroristas ha provocado que determinados comportamientos se hayan hecho cada vez más frecuentes. El primero de ellos es la estigmatización general del Islam como religión, sobre todo por las capas más conservadoras de la sociedad. Esto resulta lamentable, habida cuenta de que aproximadamente el 90% de los fieles musulmanes no solamente no son terroristas, sino que abominan de las prácticas terroristas, y están hartos de que extremistas maten por su Dios y por sus creencias. La acción de un loco no invalida las creencias de 100.000 fieles, para los cuales los dogmas islámicos significan mucho. La religión musulmana no es un modelo, sobre todo en cuanto al respeto a las mujeres, pero no por ello es una religión terrorista ni fanática en su totalidad. El señalar a toda una religión como la culpable de todos los males puede conducir a la reedición de errores históricos, y no servirá para nada. Se trata de una burda sobresimplificación, como la que critica la entrada de refugiados a Europa porque afirma que no puede controlarse que entren terroristas, raya la xenofobia y la intolerancia, y provoca acciones de odio como el ataque a la Mezquita de la M-30 de Madrid al día siguiente del atentado. Islam e islamismo no son sinónimos, le pese a quien le pese.
También se está haciendo cada vez más abundante la aparición de partidos xenófobos que están consiguiendo, conjugando la política del miedo y el voto protesta, estar por delante en las encuestas de cara a las próximas citas electorales en sus países. El caso más extremo es el del Frente Nacional francés, que si bien tiene opciones de ganar la primera vuelta de las presidenciales de 2017, ve muy difícil una hipotética victoria en segunda vuelta, porque tendrá como rival a un candidato del centro izquierda o del centro derecha que recibirá previsiblemente el apoyo de la mayor parte de la ciudadanía. Sin embargo, el fenómeno se está repitiendo en países como Bélgica, Holanda o Gran Bretaña, donde hay una gran cantidad de inmigración que no parece haberse integrado completamente en las sociedades donde viven. La extrema derecha xenófoba ya está en el gobierno en países como Polonia o Hungría, desde donde se ha hecho todo lo posible para impedir la entrada de refugiados. Políticos como Beata Szydlo o Viktor Orban son el reflejo de lo que puede pasar en países más importantes si los ciudadanos ceden al miedo y dan el poder a partidos de esta índole. Un caso aparte es el de Estados Unidos, donde los dos principales candidatos republicanos, Donald Trump y Ted Cruz, defienden la estigmatización de los musulmanes y la seguridad a todo precio. Desgraciadamente, la gente tiene miedo ante la amenaza terrorista, y esto lo están aprovechando políticos sin demasiados escrúpulos para encaramarse al poder.
Apenas unos días antes de los atentados de Bruselas, el terrorista más buscado desde el 13 de noviembre de 2015, Salah Abdeslam, fue detenido en el curso de una operación policial en el barrio de Sint-Jans-Molenbeek, al norte de la capital belga. De Molenbeek salieron la mayor parte de terroristas que atentaron en París, y de Molenbeek han salido también aquellos que actuaron en Bruselas la pasada semana. El barrio es un ejemplo de cómo la integración ha fracasado, y de cómo ninguno de los intentos para acabar con los problemas sociales existentes en el núcleo del distrito ha tenido éxito. El caso de Molenbeek es la repetición, en mayor escala, de las "banlieues" parisinas que estallaron en revueltas en el año 2003. Se está produciendo una progresiva guetización en las grandes ciudades europeas, y la situación no parece mejorar. En 1995, Mathieu Kassovitz dirigió "La Haine", una película en blanco y negro sobre una situación ficticia en un distrito parisino de las afueras. Resulta impactante cómo Kassovitz supo capturar el caldo de cultivo que estallaría años después en esa zona de Francia, y que, en otra magnitud, se reproduciría en barrios de ciudades relativamente cercanas, como Bruselas.
La pregunta en este sentido es qué hay que hacer, y la respuesta es que nadie lo sabe. Indudablemente, la lucha antiterrorista debe continuar, y las herramientas para detectar a los "candidatos a terroristas" y detenerles deben implementarse, poniéndose especial atención en los llamados retornados, aquellos que vuelven a Europa radicalizados desde Siria. Sin embargo, no todo vale. En ningún caso deben generarse nuevos limbos legales, como las prisiones de Guantánamo y Abu Ghraib, o la Patriot Act de 2001, que vulneran numerosos derechos humanos. A los actuales terroristas hay que combatirles con el peso de la ley, mientras que a aquellos que planeen convertirse en terroristas hay que educarles en derechos humanos. No todo está perdido. Ciertamente, Occidente se encuentra en una disyuntiva histórica y clave, pero el odio no lleva a ningún lado. Lo que resulta absolutamente crucial de cara a la lucha antiterrorista es la unidad. No sirve de nada que cada uno defienda una cosa. La sociedad occidental se ha caracterizado siempre por la unidad en los momentos difíciles, y éste es un buen momento para reivindicarla.
ABOUTME
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