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541 días sin gobierno

La difícil situación de gobernabilidad en España después del fracaso de la investidura de Pedro Sánchez ha empujado al país a un escenario inédito de falta de gobierno, y de un gobierno que estará en funciones previsiblemente hasta el mes de junio. Este difícil trance ha provocado que sean muchos los que miren a otros países para ver cómo actuaron ellos en circunstancias similares. El ejemplo más extremo fue el de Bélgica, con un récord histórico de 541 días sin gobierno, un año y medio que transcurrió desde las elecciones del 13 de junio de 2010, ganadas por la Nueva Alianza Flamenca, hasta el 6 de diciembre de 2011, cuando el socialista Elio di Rupo, líder del primer partido francófono en esas elecciones, tomó posesión como primer ministro. Aquel periodo de tiempo fue muy movido, y se produjeron numerosas negociaciones, y encargos de gobierno a políticos que no pudieron realizarlo, pero al mismo tiempo, la economía del país creció más que la media de la eurozona durante los meses sin un ejecutivo. Una situación peculiar y difícilmente explicable.

En muchos sentidos, Bélgica es un país absolutamente artificial, una falsa unidad de dos pueblos, los valones y los flamencos, con una lengua y una cultura absolutamente diferentes, y con voluntades también enfrentadas. Los valones, francófonos, son partidarios de la unidad del estado belga, mientras que los flamencos, que hablan su propio idioma derivado del alemán y el holandés, defienden la independencia de sus territorios. La unidad de ambas partes del país data del siglo XIX, y nunca ha sido una realidad. Además, existe un elemento que no es baladí, el hecho de que Bruselas sea la capital comunitaria, una pieza más en el complicado puzzle institucional del país. Sin embargo, desde las instituciones, y ante todo desde la monarquía, no han cesado los esfuerzos para que la integración de ambas partes sea cada vez más fuerte, y para que las voces más extremistas de ambos lados, sobre todo del lado flamenco, nunca estuvieran al mando. La colaboración de los partidos más moderados y de los francófonos trajo buenos frutos, pero la buena suerte se acabó en 2010.

Mapa de Bélgica, con la división entre Flandes y Valonia

La crisis política había comenzado en 2007, con la victoria del Partido Cristiano Demócrata y Flamenco (CD&V), con Yves Leterme a la cabeza, y con los independentistas flamencos. El rey, Alberto II, encargó al primer ministro de entonces, Guy Verhofstadt, que liderase un gobierno provisional hasta la toma de posesión de Leterme, que se produjo en 2008. Sin embargo, el primer gobierno de Leterme fracasó por un escándalo de corrupción, y el rey tomó la decisión de sustituirle por un compañero de filas, Herman van Rompuy, que se mantuvo en el poder hasta su nombramiento como presidente permanente del Consejo Europeo. Yves Leterme volvió entonces al poder. Las elecciones al Parlamento Europeo de 2009 mantuvieron el escenario que hasta entonces había regido en Bélgica. El partido Cristiano Demócrata y Flamenco, la fuerza del primer ministro Leterme, ganó esas elecciones, con los mismos escaños, 3, que los liberaldemócratas de Guy Verhofstadt, también flamenco. El primer partido francófono fue el Partido Socialista, con 2 escaños. Los independentistas de la Nueva Alianza Flamenca obtuvieron un representante en la nueva cámara. La estabilidad parecía garantizada, pero en abril de 2010, los liberaldemócratas salieron del gobierno, y Leterme dimitió ante el rey, que no tuvo más remedio que convocar elecciones.

Las elecciones dieron la victoria a la Nueva Alianza Flamenca, liderada por Bart de Wever, que había roto su coalición con el CD&V. El partido obtuvo 27 escaños, la mayor parte de los que se disputaban en Flandes. El Partido Socialista tuvo un escaño más, y subió 6 con respecto a las elecciones de 2007. El triunfo de los independentistas flamencos solamente puede entenderse en el contexto de un aumento de las hostilidades entre valones y flamencos. La situación generada era inédita. Ningún partido tenía la suficiente mayoría como para liderar un gobierno en soledad. Por ello, De Wever inició las negociaciones con los demás partidos, con la idea de que el socialista Elio di Rupo liderase el gobierno, que sería de amplio espectro e incluiría a todos los partidos parlamentarios. El acuerdo estuvo muy cerca, pero se rompió por las exigencias de unos y otros. El siguiente intento de importancia se produjo en octubre de 2010, y lo lideró el socialdemócrata Johan Vande Lanotte. En aquellas negociaciones, se establecieron las condiciones mínimas para el pacto: la reforma del Senado y otras instituciones, la transferencia de funciones a las regiones, la reforma de las atribuciones de la ciudad de Bruselas, la desaparición del polémico distrito electoral Bruselas- Halle- Vilvoorde, el único a caballo entre ambas zonas del país, y una reforma fiscal para transferir a las regiones el control de sus impuestos.

El problema aumentó en julio de 2011, cuando de uno y otro lado se empezó a discutir seriamente sobre la posibilidad de partir Bélgica. El partido Rassemblement Wallon se reunió con Nicolas Sarkozy y con representantes del Partido Socialista francés para explorar la posibilidad de que Valonia se convirtiese en una nueva región gala. En el mismo sentido, el ministro de Medio Ambiente, Paul Magnette, apuntó a que Valonia podría integrarse a Alemania, en lugar de a Francia. Flandes se quedaría como el único territorio activo dentro de Bélgica. Sin embargo, nunca se llegó a discutir seriamente al respecto. El acuerdo final para acabar con la crisis se maduró en octubre de 2011, y consistió en una gran coalición de seis partidos para que Elio di Rupo se convirtiera en primer ministro. El círculo se cerró el 3 de julio de 2013, con el anuncio de abdicación del rey Alberto II, en el trono desde 1993. La crisis política en el país no podría haberse resuelto sin el pulso firme del monarca, que nunca se rindió en su intento de garantizar un gobierno para Bélgica. En su discurso en la Fiesta Nacional belga de 2011, mostró su hartazgo por la situación, e instó a los partidos a ponerse de acuerdo. Solamente su liderazgo evitó que el país se partiera. Sus escándalos personales no eclipsaron el buen balance de su reinado, mejor por su gestión de la crisis. Le sucedió su hijo Felipe.

Lo curioso de la crisis, señalado hoy por economistas, es que a Bélgica no pareció afectarle negativamente la situación de absoluta parálisis institucional, ya que obtuvo datos económicos absolutamente admirables. Entre junio de 2010 y diciembre de 2011, el país creció un 2%, más que la media de la eurozona. El paro también disminuyó. Los números, tanto a nivel macroeconómico como microecónomico, son sensiblemente mejores que los de cualquiera de sus vecinos. La razón que muchos teóricos han dado para esto es que, con un ejecutivo en funciones, no había posibilidad de que la Comisión Europea obligase a aplicar las políticas de austeridad. Esto resulta hasta cierto modo irónico, siendo Bruselas, como se ha dicho, la capital europea. Es cierto que los mercados estuvieron bastante inquietos ante la parálisis institucional belga, y que una disminución de la calificación belga en Standard and Poor's forzó que el acuerdo gubernamental se produjo, pero se podría llegar a decir que al país no le fue del todo mal en la difícil situación en la que se encontraron.


Bélgica camina actualmente hacia la normalización de la situación. En 2014, se celebraron unas nuevas elecciones parlamentarias, y de nuevo, el ganador fue Bart de Wever, como candidato de la Nueva Alianza Flamenca, obteniendo 6 escaños más que en 2010. El Partido Socialista se mantuvo en la segunda posición, aunque perdió 3 representantes, y emergió el Movimiento Reformista, liberal, con dos escaños más. El gobierno que se conformó cambió de signo, girando al centro- derecha, contó con cuatro partidos, incluidos los independentistas flamencos, y el líder del Movimiento Reformista, Charles Michel, fue elegido como nuevo jefe de gobierno, el más joven de la historia del país, con 38 años. El nuevo gobierno, que ha aplicado políticas de austeridad, y que es el primero elegido bajo el mandato del rey Felipe, es un intento de unificar fuerzas para que el país se mantenga junto, entendiendo la nueva pluralidad ideológica, y el hecho de que la Nueva Alianza Flamenca es actualmente la primera fuerza del país. Actualmente, las reformas contribuyen a que ambas regiones avancen hacia la autogestión.

No han sido pocos los que, en España, han querido establecer similitudes con Bélgica. No deja de ser curioso que en ambos países exista un conflicto entre dos partes por la secesión, dos culturas, y dos lenguas, que se haya producido una abdicación con un año de diferencia, que el nuevo rey se llame Felipe, y que la pluralidad política se haya tornado en inestabilidad. Pero ahí se acaban las similitudes. Pese a la dificultad para alcanzar un pacto, todos los partidos belgas se pusieron al trabajo, conscientes de que la nueva composición parlamentaria implicaría mucha mano izquierda. No se produjo ningún veto cruzado, todos los partidos eran conscientes de que la exclusión de alguno de ellos, especialmente de los independentistas flamencos, de las negociaciones y de la posterior formación de gobierno podría hacer que la brecha entre Flandes y Valonia fuera insalvable. El caso de Bélgica muestra que para resolver un bloqueo político hace falta altura de miras y generosidad por parte de todos.

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Periodista y comunicador politico que quiere aportar una vision diferente de la politica internacional en todos sus escenarios, fuera de las noticias mas publicadas en los medios clasicos. En activo desde diciembre de 2014, siempre estamos reinventandonos para ofrecer la mejor informacion y la mas interesante.

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