La muerte de Isaac Rabin fue en gran parte culpa del caos de seguridad que se organizó en aquel acto, que estuvo a punto de suspenderse previamente por la amenaza de lluvia intensa sobre la ciudad donde se celebró. El primer ministro no tenía una protección en condiciones, y sus guardaespaldas no estaban en posición de ataque. Los agujeros de seguridad son un elemento frecuente en los magnicidios, como ocurrió en los asesinatos del presidente Kennedy y de su hermano Bobby. Amir pudo penetrar fácilmente en el cordón de seguridad que rodeaba al político, y disparar desde una buena posición, provocándole dos heridas mortales. Rabin falleció en un hospital de Tel Aviv, por la enorme pérdida de sangre sufrida y por una entrada de bala en el pulmón. Le sucedió al frente del gobierno israelí, y sin embargo, uno de sus rivales internos, Shimon Peres.
Su entierro se produjo en lo alto del Monte Herzl, el principal cementerio judío, nombrado en homenaje a uno de los fundadores del sionismo, Theodor Herzl, y tuvo el ambiente de un cambio de ciclo. El presidente Bill Clinton, muy afectado por el asesinato, pronunció el principal elogio del acto, que cerró con las palabras en hebreo "Shalom, Haver", que en español se traduciría como "Adiós, amigo". Asistieron numerosas personalidades mundiales, entre ellas el príncipe Carlos de Inglaterra, y el entonces primer ministro alemán Helmut Kohl, y en todos ellos planeó la misma pregunta: ¿cómo había podido ocurrir? Eitan Haber, el entonces jefe de gabinete de Isaac Rabin, y hoy uno de los mayores depositarios de la memoria del primer ministro asesinado, afirmaba que el principal miedo que había respecto a Rabin era un posible atentado de Hamás, y no de algún ciudadano judío. Es cierto que parece que no hubo ninguna conspiración para matar al primer ministro, y que fue un error del equipo de seguridad que le rodeaba, pero también es evidente que, con la muerte de Rabin, acabó una etapa en Israel.
Isaac Rabin había sido una de las figuras más emblemáticas de la política israelí desde su entrada en ella. Fue el primer líder del gobierno de Israel nacido en ese país, concretamente en Jerusalén, cuando esto era parte de los Territorios Palestinos. Era además laico, y en palabras del diplomático Dennis Ross, que participó en las negociaciones de paz de Israel y Palestina, el judío más secular que había conocido. Combatió en la Guerra de Independencia de Israel, y entró en política de la mano del partido Alineación, de centro izquierda, que posteriormente pasó a ser el Partido Laborista. Fue primer ministro del Estado de Israel en dos tandas. En la primera ocasión, sucedió a la emblemática jefa de gobierno Golda Meir en 1974 al frente del ejecutivo. Sin embargo, aquel primer gobierno de Rabin sufrió una importantísima crisis que provocó que se adelantasen las elecciones para 1977, a las cuales el primer ministro saliente no se presentó como candidato de su coalición, Alineación, y que venció el partido Likud, conservador, de Menachem Begin. 15 años después de salir del gobierno, Rabin fue elegido líder del Partido Laborista, y venció las elecciones legislativas de 1992, convirtiéndose de nuevo en el primer ministro.
El mayor logro del segundo gobierno de Rabin fueron las conversaciones de paz con Palestina y Jordania que cristalizaron en la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993. Fue muy importante que tanto el primer ministro israelí como el líder de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) Yasir Arafat tuvieron voluntad de negociar y de llegar a la paz. Ambos partieron de posiciones enfrentadas. Por un lado, Rabin estaba en una posición de aislar a los palestinos, mientras que Arafat defendía posturas terroristas, y la ANP era considerada una organización terrorista. Sin embargo, los esfuerzos de ambos líderes, que profesaban ideas progresistas, y la voluntad de Bill Clinton, presidente norteamericano desde 1993, acercaron las posturas, y finalmente se lograron cerrar unos acuerdos entre Israel y Palestina auspiciados por Estados Unidos. Estos pactos cerraron entre otras cosas las fronteras entre ambos países, los asentamientos israelís y el acuerdo para que Israel reconociese en el futuro el estado palestino, y a la ANP como interlocutor en las negociaciones.
Sin embargo, a partir de la muerte de Rabin, la situación política en Israel se radicalizó. Los líderes del gobierno israelí que sucedieron al asesinado, con dos excepciones, rompieron el proceso de paz, y aumentaron las hostilidades con Palestina. El primero de todos fue el conservador Benjamin Netanyahu, que ganó las elecciones de 1996 y que cambió las condiciones de los Acuerdos de Oslo, a pesar de que mantuvo las negociaciones con Arafat. En 1999, el laborista Ehud Barak derrotó ampliamente a Netanyahu en unas elecciones anticipadas, pero hubo que volver a adelantar las elecciones, y las siguientes fueron vencidas por el candidato del Likud, Ariel Sharon. Sharon fue el primer ministro más extremista de todos, realizando la Segunda Intifada, y confinando al líder palestino Yassir Arafat a su residencia de la Muqata, en la franja de Gaza. Arafat murió en 2004 en París, presuntamente envenenado. Sharon sufrió un infarto cerebral en 2006 que le dejó incapacitado el resto de su vida, y a partir de entonces, Ehud Olmert le sustituyó. En 2009, Benjamin Netanyahu volvió al poder. Él ha sido uno de los mayores rivales del reconocimiento del estado de Palestina, y su triunfo en las últimas elecciones se debió a su política inflexible con el problema de Oriente Medio. El legado de Rabin parece haber desaparecido completamente.
Actualmente, las hostilidades entre ambos bandos son demasiado frecuentes, y los intereses de unos y otros países importantes dentro de la esfera internacional hacen muy difícil la solución. Sin embargo, Israel y Palestina están condenados a entenderse, y es necesaria una voluntad de ambos para poder convivir. No se trata de imponer un criterio sobre otro, ni una realidad nacional sobre otra, porque tanto Israel y Palestina pueden coexistir en el futuro. Para ello, hace falta una voluntad política indudable de ambos. Es cierto que actualmente la ANP y su líder Mahmud Abbas parecen haberse impuesto sobre Hamás, y han ido logrando un reconocimiento para Palestina en las organizaciones internacionales, pero aún queda que Israel tenga la voluntad de terminar el conflicto. Hace falta para ello generosidad y un primer ministro con altura de miras y con perspectiva de futuro, como lo era Isaac Rabin.
Actualmente, las hostilidades entre ambos bandos son demasiado frecuentes, y los intereses de unos y otros países importantes dentro de la esfera internacional hacen muy difícil la solución. Sin embargo, Israel y Palestina están condenados a entenderse, y es necesaria una voluntad de ambos para poder convivir. No se trata de imponer un criterio sobre otro, ni una realidad nacional sobre otra, porque tanto Israel y Palestina pueden coexistir en el futuro. Para ello, hace falta una voluntad política indudable de ambos. Es cierto que actualmente la ANP y su líder Mahmud Abbas parecen haberse impuesto sobre Hamás, y han ido logrando un reconocimiento para Palestina en las organizaciones internacionales, pero aún queda que Israel tenga la voluntad de terminar el conflicto. Hace falta para ello generosidad y un primer ministro con altura de miras y con perspectiva de futuro, como lo era Isaac Rabin.
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