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Renzi no hace prisioneros

La lucha encarnizada entre dos personalidades políticas prominentes en Italia que se ha librado en las últimas semanas con la alcaldía de Roma como escenario finalizó de forma abrupta el pasado viernes. A sugerencia del primer ministro italiano y líder del Partido Democrático (PD), Matteo Renzi, 26 de los 48 miembros del consistorio capitalino dimitieron, generándose la inevitable disolución del ayuntamiento y la destitución definitiva del ya ex- alcalde metropolitano de Roma, el doctor Ignazio Marino, que dimitió de su cargo por sospechas de corrupción a mediados de mes, pero que la semana pasada retiró su renuncia por el apoyo popular recibido y como una forma de mantener el pulso. Un pulso que, finalmente, y como era predecible para cualquier persona que conozca mínimamente al jefe de gobierno italiano, ha ganado Renzi, que refuerza su poder dentro del partido y que lanza un aviso para todos aquellos que puedan pensar en desafiarle: no tendrá piedad con sus enemigos.

El problema que ha acabado con el mandato de Marino y que ha colocado a Roma en la situación de tener un comisionado especial, Francesco Paolo Tronca, que llevará las riendas de la ciudad hasta las próximas elecciones municipales de 2016 empezó a finales de agosto. En 2014, estalló el caso Mafia Capitale, en el cual se investigaba el gasto de dinero público por parte de sindicatos criminales y mafiosos, y la relación de éstos con cargos públicos. Pronto quedó claro el problema, que no era otro que la infiltración de los mafiosos, siempre presentes en la ciudad, en el poder público. La bola siguió creciendo, y tras numerosas peticiones de que se interviniera el ayuntamiento, Matteo Renzi decidió nombrar al prefecto de Roma, Franco Gabrielli, como el ayudante del alcalde para acabar con la situación. Sin embargo, lo gordo se le venía encima a Ignazio Marino. En primer lugar, le desmintió el Papa, que negó que hubiera invitado al alcalde al Encuentro Mundial de las Familias, en Filadelfia. Posteriormente, se conoció que el regidor romano había hecho pasar gastos personales y familiares por gastos realizados en el desempeño de su función. El caso se descubrió, y Marino, acorralado, no tuvo otro remedio que dimitir.

El ex- alcalde de Roma, Ignazio Marino

Sin embargo, el regidor derrotado no se hizo a un lado. En primer lugar, en su discurso de dimisión, acusó a todos: oposición, mafia y hasta compañeros de partido. Posteriormente, días después de su renuncia, amenazó con "tirar de la manta", sugiriendo que había muchas personas interesadas en verle fuera del gobierno de Roma, y que no podían tener éxito. Declaró sentir miedo por el posible regreso de la mafia y la corrupción a la gestión de la capital, y dejó abierta la posibilidad, aferrándose a sus opciones legales, de retirar su dimisión. Ignazio Marino recibía reacciones a favor y en contra a partes iguales, pero, consciente de que se le acababa el plazo, y en una maniobra inesperada, anunció que se desdecía, y que volvía a tomar las riendas de la ciudad. No se sabe si era consciente o no de que el recorrido de esta "des- dimisión" era muy corto, pero sí que es cierto que vino a dejarle claro a Renzi que no iba a rendirse tan fácilmente. Harto del pulso de un subordinado, el primer ministro dio orden a todos los concejales del PD de presentar su renuncia a sus escaños para forzar la disolución del ayuntamiento y la derrota definitiva de Marino.

Tanto Ignazio Marino como Matteo Renzi son "raras avis" en la política de su país, puesto que son dos dirigentes alejados de la ortodoxia. De Renzi se ha dicho todo. Accedió al gobierno en un meteórico ascenso en el que pisoteó a todo el que se le puso por delante, pasando de la alcaldía de Florencia al palacio Chigi, sede del ejecutivo, previo paso por el liderato del PD. Marino, por su parte, es un político accidental. Su profesión es cirujano experto en transplantes, siendo pionero en los de hígado. Su gran amistad con el ex- primer ministro Massimo d'Alema, figura clave de la izquierda, le llevó a la política, siendo elegido senador en 2006, con el partido Demócratas de Izquierda. A partir de su entrada en política, Marino se convirtió en un mandatario muy apreciado por el ala izquierda de su partido, lo cual le llevó a presentarse en 2009 a las primarias de su partido para elegir al nuevo líder. Quedó tercero, tras el ganador, Pier Luigi Bersani, y el líder saliente, Dario Franceschini, pero aumentó su visibilidad dentro del PD.

Su gran momento llegó en el año 2013, en las elecciones municipales de Roma. Ignazio Marino ganó contundentemente las primarias del PD en marzo de aquel año frente al eurodiputado David Sassoli y el ex- ministro Paolo Gentiloni, y se convirtió en candidato. Su perfil parecía perfecto, ya que era independiente, sin demasiada experiencia en la difícil plaza italiana, lo cual iba a su favor, con ideas renovadas, y ante todo un profesional que había llevado a cabo una encomiable tarea médica antes de lanzarse al ejercicio de la política. Las elecciones se celebraron en mayo. Enfrente, Marino tenía al todopoderoso alcalde, Gianni Alemanno, miembro del partido de Silvio Berlusconi y que había ganado las elecciones de 2008 frente al ex-alcalde de la ciudad Francesco Rutelli. Con un mensaje de regeneración política, y en el escenario de una enorme victoria del PD a nivel nacional, el doctor Marino derrotó a Alemanno tanto en primera, donde no logró el apoyo suficiente para impedir la segunda vuelta, como en segunda vuelta, obteniendo así la alcaldía de la antigua capital imperial.
Los primeros meses del nuevo alcalde fueron relativamente tranquilos, fiel a sus principios, y contando para ello con la connivencia tanto del primer ministro Enrico Letta como del líder interino de su partido, Guglielmo Epifani. Sin embargo, también en 2013, llegaron al poder dos personas que no estaban excesivamente de acuerdo con Ignazio Marino ni con sus métodos: el cardenal Jorge Mario Bergoglio, que se convirtió en Papa de la Iglesia, y el alcalde de Florencia, Matteo Renzi, sucesivamente líder del PD y primer ministro del gobierno italiano. A partir del ascenso al poder de este último, el alcalde romano quedó aislado de su partido, como un verso suelto. Esto no le molestaba demasiado a Marino, que era un independiente, y que decidió seguir con su agenda. Uno de los momentos claves de su gestión de dos años y medio se produjo en octubre de 2014, cuando desoyendo la política del gobierno, unió civilmente y con todos los fastos a 16 parejas homosexuales.

El primer ministro italiano Matteo Renzi, con Ignazio Marino

Con esta decisión, Marino rompió al mismo tiempo con Matteo Renzi, católico, que hubo de refrenar a su ministro del Interior, Angelino Alfano, que amenazaba con reventar el acto, y con el Papa, que lógicamente censuraba la medida. A partir de aquí, se organizó un movimiento interno para aislar completamente a Ignazio Marino en su partido, y dejarle caer cuando llegase el momento. Todas las acciones llevadas a cabo en los últimos meses, como la de poner dos "tutores" al alcalde, uno en el gobierno y otro en el partido, forman parte de una operación elaborada y reflexionada por el primer ministro Renzi. Había que dejarle claro al alcalde de Roma que estaba solo, que nadie en su partido creía en su competencia para ejercer el cargo, y que al mínimo error que cometiese, le dejarían caer sin piedad. El caso de las facturas falsas que ha costado el cargo y la carrera política al doctor Marino es grave, pero si hubiese contado con el apoyo de su partido, probablemente podría haberlo superado. Sin embargo, era la situación que sus rivales estaban esperando. Cuando estalló el escándalo, el alcalde quiso salvarse a la desesperada, pero ni el Palazzo Chigi ni el Vaticano estaban dispuestos a ayudarle. Estaba sentenciado.

Ignazio Marino pasará a la historia como uno de los peores alcaldes de la historia reciente de Roma, un hombre que prometía mucho, pero que como pasa muchas veces, se quedó en nada. Sin embargo, tampoco hay que perder la perspectiva. Con la caída de Marino, Matteo Renzi suma una muesca más en su culata, un cadáver político más, tras Pier Luigi Bersani, Enrico Letta y Gianni Cuperlo. Las encuestas no le van bien, cada vez más acechados por Forza Italia, y tiene dos años para intentar remontar si no quiere ser derrotado en las parlamentarias de 2018. Antes, el todopoderoso líder del PD tiene una cita electoral que él mismo ha provocado, la que se celebrará en 2016 para elegir al sucesor de Marino al frente del ayuntamiento de Roma. Renzi, que ha dejado caer al último regidor por su voluntad, debe presentar un candidato fiable y convincente que sea capaz de mantener Roma para el Partido Democrático. Más le vale, porque una derrota en esas elecciones pueden significar el comienzo del fin del hoy poder omnímodo del primer ministro.

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