La noche del 15 de julio, el mundo entero miró hacia Turquía, donde un golpe de Estado amenazaba con derrocar al gobierno islamista de Erdogan. Los rebeldes, supuestamente al mando del clérigo Fethullah Gülen, tomaron varias posiciones en el país, y mantuvieron al jefe del Estado Mayor como rehén. El golpe se daba por exitoso hasta que, en una acción desesperada, el presidente Erdogan llamó al pueblo turco a detener el golpe en las calles. Fue una jugada arriesgada, pero tuvo éxito, y la intentona acabó de fracasar por la acción popular. Erdogan regresó a Estambúl por la noche, en un ambiente de triunfo y con una autoridad mayor que la que tenía anteriormente. Fue su llamada a la acción la que detuvo el golpe.
Los días siguientes fueron de una doble acción. Por una parte, de cara a los focos, se produjeron fastuosos actos de homenaje a los caídos durante el golpe en concurridos lugares de Turquía, en los que Erdogan no escatimó discursos en los que prometía dureza contra los golpistas. Sin embargo, en los pasillos del poder, se estaba trabajando en algo más duro: la venganza contra los que habían intentado derrocar al gobierno. De manera prácticamente inmediata, se publicó una lista de jueces que serían relevados de sus puestos, y se empezó a explorar la posibilidad de restaurar la pena de muerte contra los que habían participado en el golpe. Las detenciones fueron masivas e indiscriminadas.
Una de las principales razones por las que Erdogan realizó sin ningún tipo de moderación las acciones posteriores al golpe fue que contaba con el plácet de las principales instituciones mundiales tras fallar la intentona. En los momentos de incertidumbre, pocos fueron los que se aliaron con Erdogan, a la espera de los acontecimientos. Cuando el golpe fracasó definitivamente, todos al unísono lo celebraron y mostraron su compromiso con la democracia y con el régimen vigente. Sea como sea, esta actitud, la única posible tras el fracaso del putsch, favoreció que el gobierno realizase con manos libres los ajustes que ellos deseasen sin que Europa, Estados Unidos o la OTAN dijeran nada.
El motivo para esto es la importancia estratégica de Turquía. En primer lugar, porque la base aérea principal de Estados Unidos en Europa se encuentra en la ciudad de Incirlik, al sureste del país. Asimismo, por su posición geográfica, el país es una pieza clave en la lucha contra Daesh en Siria, y esta batalla concierne a todos. Tal vez lo más importante sea el importante papel que el país otomano juega actualmente en el control fronterizo de Europa, en virtud del acuerdo con la UE que dejaba en manos de Turquía la gestión de los flujos migratorios procedentes de Grecia a cambio de una serie de contrapartidas de diferente índole.
El acuerdo, que se firmó en marzo, ha sido exitoso de momento, con una sensible reducción del número de migrantes que alcanzan las costas europeas, gracias a la acción de la policía fronteriza y de Frontex. Sin embargo, para que el acuerdo siga adelante, Europa se comprometió entre otras cosas a la liberalización de los visados para los ciudadanos turcos que quieran viajar al extranjero, para lo cual Turquía debía cumplir una serie de condiciones, la más importante la derogación o modificación de la ley antiterrorista, que Erdogan utilizaba para perseguir a sus enemigos políticos, particularmente los kurdos. Los turcos se niegan a ello, y la continuidad del acuerdo está actualmente en el aire.
La cuestión de la entrada de Turquía en la Unión Europea lleva muchas décadas encima de la mesa, y se ha vuelto a poner en marcha debido al acuerdo migratorio. Sin embargo, tras el golpe, el sentimiento de escepticismo de la mayor parte de la ciudadanía turca respecto de Europa ha aumentado, y también un profundo resentimiento por la actitud europea después de la intentona. Todo ello provoca que en estos momentos parezca más factible una ruptura de las negociaciones de entrada de Turquía en la Unión, e incluso del acuerdo migratorio, lo que traería consecuencias imprevisibles. Desde Bruselas, se ha respondido con dudas a esta posibilidad, lo que aumenta la percepción de que Europa es rehén de Turquía en el asunto migratorio.
La situación política en Turquía incluso antes del golpe ha empeorado a pasos agigantados. Los atentados terroristas de diferente procedencia se han hecho cada vez más frecuentes, y también la persecución de la minoría kurda, la auténtica bestia negra del presidente Erdogan. En busca de protección, el presidente empezó hace un tiempo una relación con Rusia, y en particular con su homólogo Vladimir Putin, uno de los primeros que salió a defender la legalidad tras el intento de golpe. Desde Europa se ve con muchos recelos esta nueva alianza, pues se teme que Erdogan acabe prefiriendo a Putin, y rompa todos los lazos con la Unión Europea. Putin ofrece estabilidad y apoyo absoluto a las posiciones de Erdogan, y puede sumar un importante socio en su bloque contra Europa. La alianza entre ambos países, y entre ambos líderes, puede traer consecuencias impredecibles en el plano internacional.
Muchos descubrieron tras el intento de golpe de Estado la verdadera naturaleza de Recep Tayyip Erdogan, pero lo cierto es que el líder turco ha venido demostrando unas actitudes dictatoriales y especialmente vengativas con sus enemigos políticos. En los últimos años, Erdogan ha reducido su oposición al mínimo, y ha perseguido a sus detractores tanto en la política como en los medios de comunicación. Su papel fundamental en la resolución del golpe de Estado le ha dado un poder inesperado, cercano al del fundador de la Turquía moderna, Mustafá Kemal Atatürk. Fue él quien consiguió que el golpe fracasase, y fue en su nombre en el que la gente salió a oponerse a los golpistas. Esto le garantiza carta blanca para todas las acciones políticas que desee llevar a cabo en los próximos meses, incluso la polémica restauración de la pena de muerte, que ha sido criticada por los organismos europeos, pero contra la que nada podría hacerse si se produce finalmente.
Turquía es hoy una auténtica olla a presión, un país cada vez más metido en sí mismo, en el que las tendencias nacionalistas panotomanistas ganan terreno, y en el que el islamismo político avanza hacia la ideología única. El escenario más probable, el de la ruptura de relaciones con la UE y el estrechamiento de los lazos con Rusia, generaría una radicalización mayor. Por ello, Europa debería insistir en la entrada de Turquía en la Unión, aunque para ello sería necesario un cambio radical de las políticas del gobierno islamista. Todo lo que no sea esto puede traer consecuencias catastróficas para Europa, que debe contar con Turquía como aliado en todas las circunstancias.
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Profundo análisis. Interesante óptica. Me ha gustado leerlo. Gracias.
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