Cuando han pasado casi tres meses
del referéndum por el cual los ciudadanos británicos decidieron su salida de
Europa, en lo conocido como Brexit, la
incertidumbre se está haciendo patente en el Reino Unido ante el ritmo que las
políticas de desconexión tienen y ante el absoluto desconocimiento de la
postura real del nuevo gobierno británico de cara a ello. El tiempo corre, y
mientras en Londres no hay prisa por acabar la relación institucional con los
organismos comunitarios, los contrarios a la decisión, tanto dentro como fuera
de la unión, exigen al gobierno que se dé prisa en cumplir con los compromisos
marcados durante la campaña por la salida.
La victoria final del Brexit significó un terremoto en la
política británica e internacional. La campaña por la permanencia se sentía
reforzada en las últimas horas antes del voto, y el asesinato de la diputada laborista Jo Cox, firme defensora de no marcharse de Europa, una semana antes
del referéndum parecía ser el golpe de efecto que esa campaña necesitaba para
mantener el statu quo existente. Existía la absoluta convicción de que pasaría
algo similar al referéndum escocés de 2014, cuando el deseo de permanecer en
Europa pesó más que las ansias de independencia y ello desequilibró la balanza
en el resultado final. Sin embargo, en la consulta sobre la permanencia en la
Unión, las cosas fueron muy diferentes.
Las encuestas, como ya ocurrió en
las elecciones parlamentarias de 2015, se equivocaron, y a pesar de que la
permanencia empezó teniendo una importante ventaja la noche en que se
recontaban los votos, lo que provocó que uno de los principales partidarios del
Brexit, el líder del partido eurófobo
UKIP Nigel Farage, reconociera que no pintaba bien para sus intereses, se
produjo un vuelco en el recuento, y la salida de Europa ganó por tres puntos. El
shock por el resultado se hizo mayor cuando el primer ministro británico David
Cameron anunció su decisión de dimitir al entender que no debía ser él quien
gestionase la nueva situación. Nadie sabía qué iba a ocurrir en Gran Bretaña a
partir de entonces, y más con la perspectiva de que el ex – alcalde de Londres,
Boris Johnson, ferviente defensor de la salida de Europa, fuera el nuevo primer
ministro.
No fue finalmente así, ya que
Johnson, después de que otra de las principales figuras de la campaña de la
salida de Europa, el ministro de Justicia Michael Gove anunciase su
candidatura, renunció a participar en las primarias para la elección del
sucesor de Cameron y la ganadora fue la que partía teóricamente con menos
opciones, la ministra del Interior Theresa May, quien tomó posesión de su cargo
como nueva primera ministra menos de un mes después de que el Brexit se votase.
El gobierno nombrado por May, la
segunda mujer en ocupar el número 10 de Downing Street desde Margaret Thatcher,
mezcló partidarios de la permanencia y del abandono de Europa, y contó con el
comentado y polémico nombramiento de Boris Johnson como ministro de Exteriores,
así como con la creación de un ministerio específico para la salida de la Unión
Europea. El nuevo ejecutivo recibió muchas críticas por su enorme
conservadurismo y por la eliminación del ministerio encargado de cambio
climático y la reasignación de esas competencias a la cartera de Negocios.
El verano ha terminado, y la necesaria
puesta en marcha del Brexit está en la
mesa de la primera ministra, que recibe presiones constantes desde los
organismos europeos para que Gran Bretaña se desconecte definitivamente de
Europa. Parece por tanto descartado que pueda pararse el proceso, o que se
convoque otro referéndum para volver a cuestionar a la ciudadanía británica al
respecto, tal y como se ha venido pidiendo desde que el sí ganó en la consulta
de junio.
Uno de los mecanismos que podían
servir para detener el proceso sería que el Parlamento británico, de mayoría
europeísta, no diera el plácet al gobierno para empezar con la desconexión. Son
muchos los que señalan que el referéndum no es vinculante, y que necesita de la
aprobación parlamentaria para tener efectos reales. Consciente del previsible
revés que podría sufrir si efectivamente consulta al Parlamento al respecto,
Theresa May ya ha consultado a sus asesores legales acerca de la viabilidad de
evitar este trámite y aplicar unilateralmente el artículo del Tratado de Lisboa
que prevé la salida de la Unión Europea. Los laboristas ya han criticado esta
posibilidad, señalando que sería una cacicada de la jefa de gobierno, pero ésta
no parece dispuesta a pasar por ese trago.
Sea como sea, y a pesar de que el
proceso no se ha puesto aún en marcha, los efectos del Brexit ya se sienten en el día a día de los británicos, sobre todo
en la economía, con un frenazo en la cotización de la libra que aún no ha
llegado a su pico, y con el fantasma de la recesión y del frenazo en el
crecimiento. A esto se une la animadversión de algunos miembros del gobierno
hacia los empresarios, tal y como mostró el ministro de Comercio Liam Fox, que
declaró que éstos eran gordos y vagos. Los críticos con el Brexit aprovechan cualquiera de estos resquicios para insistir en
que la decisión fue un error y al mismo tiempo presionan al gobierno para que
acelere con el proceso de desconexión.
Una de las principales dudas de
futuro, que tendrá que ser resuelta en los próximos meses, es qué versión de Brexit va a aplicarse. El gobierno está
partido entre los partidarios de un formato duro, que consistiría en la
desconexión total de Gran Bretaña de todas las instituciones europeas, y los
que pretenden algo más light, con un
estatus parecido al de Noruega: fuera de la Unión Europea, pero dentro del
mercado común. Esta decisión dependerá exclusivamente de qué facción del
gobierno venza.
Sin duda, el Brexit, por inesperado, cambió
bruscamente la agenda política de Europa y además sienta un peligroso precedente
en un momento en que la eurofobia y el proteccionismo están en cotas nunca
vistas. Si se llega a poner en marcha el proceso, durará dos años. Será por tanto un periodo largo en el que pasarán muchas cosas, en el que nada está claro y que traerá incertidumbre y miedo en Europa. Por tanto, es necesario que el gobierno presidido por Theresa May esté a la altura de las circunstancias, deje atrás las rencillas personales entre sus miembros y se ponga a trabajar para solucionar el problema.
ABOUTME
Periodista y comunicador politico que quiere aportar una vision diferente de la politica internacional en todos sus escenarios, fuera de las noticias mas publicadas en los medios clasicos. En activo desde diciembre de 2014, siempre estamos reinventandonos para ofrecer la mejor informacion y la mas interesante.
Parece que los más mayores han decidido por los más jóvenes el futuro, como así suele suceder, y que esta decisión traerá consecuencias no queridas para muchos. Parece que la proverbial imprudencia de Cameron al tratar de resolver un asunto local (e interno, de su propio partido) a partir de un asunto global (en toda la extensión de la palabra) ha dado al traste con la idea de un proyecto común al que llamábamos la Unión. Pero "Brexit mind Brexit", en palabras de la nueva jefa del gobierno. No parece de recibo aplicar triquiñuelas legales, por más de alto nivel que estas sean, para torcer lo que la voluntad popular ha dicho con claridad. Sería tanto como reconocer que aquella solo es asumible si sirve a los verdaderos intereses, que no son sino los económicos. Y, sí. Los pueblos a veces se equivocan. Ejemplos tiene la historia reciente de Europa y en España... también sabemos algo de eso.
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