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Las dudas de la gestión del Brexit

Cuando han pasado casi tres meses del referéndum por el cual los ciudadanos británicos decidieron su salida de Europa, en lo conocido como Brexit, la incertidumbre se está haciendo patente en el Reino Unido ante el ritmo que las políticas de desconexión tienen y ante el absoluto desconocimiento de la postura real del nuevo gobierno británico de cara a ello. El tiempo corre, y mientras en Londres no hay prisa por acabar la relación institucional con los organismos comunitarios, los contrarios a la decisión, tanto dentro como fuera de la unión, exigen al gobierno que se dé prisa en cumplir con los compromisos marcados durante la campaña por la salida.

La victoria final del Brexit significó un terremoto en la política británica e internacional. La campaña por la permanencia se sentía reforzada en las últimas horas antes del voto, y el asesinato de la diputada laborista Jo Cox, firme defensora de no marcharse de Europa, una semana antes del referéndum parecía ser el golpe de efecto que esa campaña necesitaba para mantener el statu quo existente. Existía la absoluta convicción de que pasaría algo similar al referéndum escocés de 2014, cuando el deseo de permanecer en Europa pesó más que las ansias de independencia y ello desequilibró la balanza en el resultado final. Sin embargo, en la consulta sobre la permanencia en la Unión, las cosas fueron muy diferentes.

El líder del UKIP Nigel Farage celebra la victoria del Brexit en el referéndum de junio de 2016

Las encuestas, como ya ocurrió en las elecciones parlamentarias de 2015, se equivocaron, y a pesar de que la permanencia empezó teniendo una importante ventaja la noche en que se recontaban los votos, lo que provocó que uno de los principales partidarios del Brexit, el líder del partido eurófobo UKIP Nigel Farage, reconociera que no pintaba bien para sus intereses, se produjo un vuelco en el recuento, y la salida de Europa ganó por tres puntos. El shock por el resultado se hizo mayor cuando el primer ministro británico David Cameron anunció su decisión de dimitir al entender que no debía ser él quien gestionase la nueva situación. Nadie sabía qué iba a ocurrir en Gran Bretaña a partir de entonces, y más con la perspectiva de que el ex – alcalde de Londres, Boris Johnson, ferviente defensor de la salida de Europa, fuera el nuevo primer ministro.

No fue finalmente así, ya que Johnson, después de que otra de las principales figuras de la campaña de la salida de Europa, el ministro de Justicia Michael Gove anunciase su candidatura, renunció a participar en las primarias para la elección del sucesor de Cameron y la ganadora fue la que partía teóricamente con menos opciones, la ministra del Interior Theresa May, quien tomó posesión de su cargo como nueva primera ministra menos de un mes después de que el Brexit se votase.

El gobierno nombrado por May, la segunda mujer en ocupar el número 10 de Downing Street desde Margaret Thatcher, mezcló partidarios de la permanencia y del abandono de Europa, y contó con el comentado y polémico nombramiento de Boris Johnson como ministro de Exteriores, así como con la creación de un ministerio específico para la salida de la Unión Europea. El nuevo ejecutivo recibió muchas críticas por su enorme conservadurismo y por la eliminación del ministerio encargado de cambio climático y la reasignación de esas competencias a la cartera de Negocios.

El verano ha terminado, y la necesaria puesta en marcha del Brexit está en la mesa de la primera ministra, que recibe presiones constantes desde los organismos europeos para que Gran Bretaña se desconecte definitivamente de Europa. Parece por tanto descartado que pueda pararse el proceso, o que se convoque otro referéndum para volver a cuestionar a la ciudadanía británica al respecto, tal y como se ha venido pidiendo desde que el sí ganó en la consulta de junio.

Uno de los mecanismos que podían servir para detener el proceso sería que el Parlamento británico, de mayoría europeísta, no diera el plácet al gobierno para empezar con la desconexión. Son muchos los que señalan que el referéndum no es vinculante, y que necesita de la aprobación parlamentaria para tener efectos reales. Consciente del previsible revés que podría sufrir si efectivamente consulta al Parlamento al respecto, Theresa May ya ha consultado a sus asesores legales acerca de la viabilidad de evitar este trámite y aplicar unilateralmente el artículo del Tratado de Lisboa que prevé la salida de la Unión Europea. Los laboristas ya han criticado esta posibilidad, señalando que sería una cacicada de la jefa de gobierno, pero ésta no parece dispuesta a pasar por ese trago.

Sea como sea, y a pesar de que el proceso no se ha puesto aún en marcha, los efectos del Brexit ya se sienten en el día a día de los británicos, sobre todo en la economía, con un frenazo en la cotización de la libra que aún no ha llegado a su pico, y con el fantasma de la recesión y del frenazo en el crecimiento. A esto se une la animadversión de algunos miembros del gobierno hacia los empresarios, tal y como mostró el ministro de Comercio Liam Fox, que declaró que éstos eran gordos y vagos. Los críticos con el Brexit aprovechan cualquiera de estos resquicios para insistir en que la decisión fue un error y al mismo tiempo presionan al gobierno para que acelere con el proceso de desconexión.

Una de las principales dudas de futuro, que tendrá que ser resuelta en los próximos meses, es qué versión de Brexit va a aplicarse. El gobierno está partido entre los partidarios de un formato duro, que consistiría en la desconexión total de Gran Bretaña de todas las instituciones europeas, y los que pretenden algo más light, con un estatus parecido al de Noruega: fuera de la Unión Europea, pero dentro del mercado común. Esta decisión dependerá exclusivamente de qué facción del gobierno venza.

Sin duda, el Brexit, por inesperado, cambió bruscamente la agenda política de Europa y además sienta un peligroso precedente en un momento en que la eurofobia y el proteccionismo están en cotas nunca vistas. Si se llega a poner en marcha el proceso, durará dos años. Será por tanto un periodo largo en el que pasarán muchas cosas, en el que nada está claro y que traerá incertidumbre y miedo en Europa. Por tanto, es necesario que el gobierno presidido por Theresa May esté a la altura de las circunstancias, deje atrás las rencillas personales entre sus miembros y se ponga a trabajar para solucionar el problema

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Periodista y comunicador politico que quiere aportar una vision diferente de la politica internacional en todos sus escenarios, fuera de las noticias mas publicadas en los medios clasicos. En activo desde diciembre de 2014, siempre estamos reinventandonos para ofrecer la mejor informacion y la mas interesante.

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1 comentarios:

  1. Parece que los más mayores han decidido por los más jóvenes el futuro, como así suele suceder, y que esta decisión traerá consecuencias no queridas para muchos. Parece que la proverbial imprudencia de Cameron al tratar de resolver un asunto local (e interno, de su propio partido) a partir de un asunto global (en toda la extensión de la palabra) ha dado al traste con la idea de un proyecto común al que llamábamos la Unión. Pero "Brexit mind Brexit", en palabras de la nueva jefa del gobierno. No parece de recibo aplicar triquiñuelas legales, por más de alto nivel que estas sean, para torcer lo que la voluntad popular ha dicho con claridad. Sería tanto como reconocer que aquella solo es asumible si sirve a los verdaderos intereses, que no son sino los económicos. Y, sí. Los pueblos a veces se equivocan. Ejemplos tiene la historia reciente de Europa y en España... también sabemos algo de eso.

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