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Jeremy Corbyn, la excepción socialdemócrata

Una semana antes de que el socialismo español saltase en mil pedazos, se produjo en Gran Bretaña un evento político de gran magnitud que tiene muchos puntos de conexión con lo que ha pasado en el PSOE: la reelección de Jeremy Corbyn, el líder izquierdista elegido por amplia mayoría en 2015, como responsable del Partido Laborista. La ruptura del oficialismo laborista con Corbyn tras la victoria del Brexit en el referéndum del mes de junio no ha servido para derrocarle, y el laborismo se enfrenta hoy a la disyuntiva de continuar con la división interna de este último año o cargarse de pragmatismo y ponerse detrás de un líder democráticamente elegido en la batalla por regresar al número 10 de Downing Street.

Jeremy Corbyn supo desde un primer momento que su fuerza y su supervivencia en la dirección del Partido Laborista residía en su habilidad para conectar con las bases progresistas de Gran Bretaña que le alzaron al poder un año antes. El líder laborista supo jugar con los plazos, y no venirse abajo en los peores momentos, lo que le ha valido para obtener una gran victoria, que supera los votos recibidos en 2015, y que hacen de él uno de los mandatarios más apoyados por las bases de la principal fuerza progresista británica. El tono mantenido por Corbyn durante toda la campaña denota que tiene detrás un buen equipo de comunicación que ha sabido incidir en la oposición de las élites del laborismo como la principal razón por la que había que votarle. La contundente victoria demuestra que ha sido un éxito, y una excepción en los movimientos en otros partidos de similar ideología.

Frente a él, Corbyn ha tenido de nuevo al aparato laborista que ya le criticó hasta la saciedad el año pasado, con los dos últimos primeros ministros del partido, Tony Blair y Gordon Brown, al frente. El hartazgo del oficialismo y las acusaciones de que un nuevo mandato de Corbyn podría dejar al partido en una situación inelegible provocaron que, en los primeros días, hubiera dudas sobre la capacidad del líder de mantener su posición. Sin embargo, pudieron contenerse las fugas, y finalmente la elección interna en el laborismo no tuvo historia.

Los dos candidatos a la elección del Partido Laborista, Jeremy Corbyn y Owen Smith, se dan la mano antes del debate entre ambos

El doloroso e inesperado resultado del Brexit, que provocó la sorpresiva dimisión de David Cameron y el posterior nombramiento de Theresa May como primera ministra, puso en marcha a los sectores tradicionales del Partido Laborista, que habían visto con escepticismo todas las políticas puestas en marcha por Jeremy Corbyn, y que entendían que el laborismo había dejado de ser una opción política ante la radicalización del mensaje. Pocas horas después de que se anunciase el resultado del Brexit, el secretario de Exteriores en la sombra, Hilary Benn, anunció que había perdido la confianza en Corbyn, y éste le destituyó. 20 miembros del gobierno en la sombra dimitieron en protesta, y el 28 de junio, los diputados laboristas promovieron un voto de no confianza a Corbyn, que el líder perdió por 172 votos a 40.

Sin embargo, Corbyn se agarró rápidamente al hecho de que el voto de no confianza no implicaba su destitución inmediata, y consiguió que los acontecimientos le favorecieran, con un enorme aumento de afiliados laboristas, y se aprovechó de la desorganización entre sus críticos. Ante todo, el líder laborista consiguió mantener a su lado a dos aliados importantes, que si se hubieran presentado contra él podrían haberle puesto en serios aprietos: el número 2 laborista, Tom Watson, y el secretario del Tesoro en la sombra, John McDonnell. Una de las dimisionarias, Angela Eagle, fue la primera en presentarse como candidata contra Corbyn, aunque pronto se vio en las encuestas que no estaba consiguiendo batir al líder laborista.

La aparición de otro candidato con las mismas características que Eagle, Owen Smith, provocó que ambos se reunieran y decidiesen constituir una candidatura única para batir a Corbyn. Smith tenía más apoyos, y por ello, Eagle se retiró. Los sondeos mostraban que la unión del sector crítico del Partido Laborista contra Corbyn podía cambiar las elecciones, pero pronto se revertió la tendencia, y el líder laborista retomó su cómoda ventaja en las encuestas. Ni siquiera el hecho de que la amplia mayoría de parlamentarios laboristas, incluido Ed Miliband, el anterior líder del partido, apoyasen a Smith como alternativa, cambió el ritmo que Corbyn ya había tomado.

Se celebraron hasta siete debates entre ambos candidatos, y finalmente, ninguno de ellos cambió la tendencia. El 24 de septiembre, en una rápida conferencia que contrastó con lo lenta que fue la de 2015, el Comité Electoral anunció la reelección de Jeremy Corbyn como líder del partido con un 61'8% de los votos, dos puntos más que en 2015. Owen Smith tuvo que conformarse con un 38'2% de los apoyos. Corbyn ganó en los tres sectores de voto, y en su discurso de victoria, llamó a la unidad del partido, y a construir por fin una alternativa factible ante la actual situación política, con unos 'tories' cada vez más fuertes y con mayoría absoluta en la Cámara de los Comunes.

La primera ministra británica Theresa May, y el líder de la oposición Jeremy Corbyn, durante un debate en la Cámara de los Comunes

Todo lo que ha ocurrido en el Partido Laborista en los últimos años, que tuvo su último acto la pasada semana, comenzó en las elecciones de 2015, en las que los laboristas, de la mano de Ed Miliband, tenían la esperanza de poder volver al gobierno con un acuerdo con los independentistas escoceses, pero que finalmente terminaron con una sorpresiva y contundente derrota, y con los conservadores con mayoría absoluta. Ello provocó la dimisión de Miliband, y el caos en el Partido Laborista que acabó con la elección de Corbyn, y la derrota del New Labour, la tendencia que alzó al poder a Tony Blair en 1997 y que renunciaba a algunos de los postulados clásicos del laborismo en favor de elementos neoliberales que facilitaban que votantes del centro ideológico pudieran volverse hacia el laborismo.

Corbyn, como representante de esa "nueva vieja izquierda" que actualmente renace ante la crisis de la socialdemocracia, es el anti-Blair. Sus opositores hablan de radicalismo ideológico, cuando realmente lo que propugna el líder laborista se identifica a muchos de los antiguos postulados de la fuerza progresista. El resultado de esta elección denota algo que se está produciendo en la mayor parte de partidos socialdemócratas de toda Europa: el divorcio entre el aparato del partido y sus bases. Los aparatos se han convertido en élites, y se alejan cada vez más de la izquierda hacia un socioliberalismo que difícilmente comulga con las exigencias de las bases. Corbyn es el único caso en el que el candidato de las bases se impone al aparato, pero esto debe ser más frecuente si la socialdemocracia quiere salir de ésta.

La victoria de Jeremy Corbyn puede tener dos posibles consecuencias. La primera, que los críticos decidan aceptar la clara y contundente voz de las bases y apoyar a Corbyn como líder, aunque no les guste, y consigan unidad frente al gobierno de May y una posición común en asuntos como el Brexit y su tramitación. La segunda, que la división continúe, y que los críticos sigan luchando contra el líder. Esto también es responsabilidad de Corbyn. Si finalmente se elige la primera solución, el laborismo podría avanzar hacia la unidad que tanto necesita y que podría ser la única opción para que el laborismo llegue con opciones a las elecciones de 2020, que se presentan como algo imposible actualmente.

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Periodista y comunicador politico que quiere aportar una vision diferente de la politica internacional en todos sus escenarios, fuera de las noticias mas publicadas en los medios clasicos. En activo desde diciembre de 2014, siempre estamos reinventandonos para ofrecer la mejor informacion y la mas interesante.

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