La Unión Europea, ante el reto de sobrevivir

La Unión Europea inicia 2017 en medio de una incertidumbre y de un riesgo real de fractura nunca visto. Las diferentes rupturas que ha sufrido el proyecto comunitario en los últimos años no han sido respondidas ágilmente por parte de Europa, que aparece delante de cada vez más gente como un proyecto caduco con vistos de caer por su propio peso. El aumento de los partidos euroescépticos, que reclaman consultas populares para dirimir la permanencia de sus países en Europa, sumado a la persistente crisis económica que entra ya en su décimo año sin vistos de que la austeridad y las medidas de ajuste terminen, y al enorme flujo de refugiados que irá sin duda en aumento en este nuevo año, son los principales problemas de una Unión Europea cada vez menos integrada y más débil, sin que nadie sepa muy bien cómo solucionar la situación.

Nadie a estas alturas puede negar que la Unión Europea se encuentra en una crisis de difícil solución. Su principal problema es que se están poniendo en duda las bases que lo formaron por parte de los propios países miembros. Los últimos años han sido escenarios de vulneraciones y suspensiones de principios como el tratado Schengen, que dejó de ser aplicado en 2011 en Francia e Italia por el aumento de flujos migratorios, y que cada vez suma más países que ponen en marcha controles fronterizos internos, o la propia unión de ciudadanos. El Acta Única Europea, aprobada en 1986 por la Comisión Europea presidida por el francés Jacques Delors, puso las bases de la Unión Europea como alianza no solamente europea, sino también de ciudadanos, y esto es precisamente lo que está hoy en cuestión.

Echando la vista atrás, pueden establecerse varios momentos en que la idea de la Unión Europea como unión de ciudadanos empezó a tambalearse. El primero fue el tratado de Niza, firmado en 2001. Este tratado fue aprobado solamente dos años después del anterior, el de Ámsterdam, y oficialmente su objetivo era preparar a la Unión para su ampliación. Sin embargo, lo que derivó de este acuerdo fue el aumento de la influencia de Alemania en el funcionamiento interno de la Unión, y la oposición de Francia, lo que llevó a un inesperado aumento del número de diputados del Parlamento Europeo y a que el país teutón fuera el más representado, rompiendo de esta manera la tradicional paridad con el país galo. Niza fue el origen de la cesión de soberanía por parte de la Unión a favor de los países poderosos de Europa.

La sede del Parlamento Europeo en Bruselas

El sociólogo Sami Naïr, por su parte, distingue tres crisis de la Unión Europea que se han concentrado en un plazo de ocho años, y que han agravado el problema hasta límites insospechados. La primera fue la fractura del euro, con la crisis económica y los sucesivos rescates a países en problemas como Grecia o Portugal. La segunda la fractura de los refugiados, con el aumento de la llegada de migrantes a las costas europeas, y con la nula capacidad de reacción por parte de las instituciones comunitarias, que han demostrado carecer de respuestas ante ello. La tercera ha sido la fractura del Brexit, con la salida de la segunda economía de Europa del mercado común y la ausencia de planes de contingencia previa, que provoca que cada vez más países conciban su futuro fuera de una Unión Europea que, de momento, está fallando en su necesario refuerzo para evitar nuevas fugas.

El concepto con el que se formó la Unión Europea era el de construir espacios comunes para que, aunque los estados miembros cediesen competencia sobre determinados asuntos fundamentales, éstos pudieran gestionarse de forma correcta. Sin embargo, el empeoramiento de las condiciones generales en el continente en la última década y el establecimiento de la llamada Europa de dos velocidades, que distingue entre países que cumplen y países que no cumplen tanto, están siendo obstáculos cada vez más insalvables para los europeístas. En lugar de avanzar hacia una mayor integración, los países insisten en recuperar cada vez más competencias y en hacer su ley en asuntos fundamentales, como la economía o la política migratoria.

Precisamente en la política migratoria se encuentra uno de los grandes proyectos fallidos de la Unión Europea: el Sistema Europeo Común de Asilo (SECA). El SECA se planteó en 1999, como un intento de unificar todas las políticas de asilo de los países miembros en una sola, como una forma de prevenir improvisaciones en situaciones como la actual. Las reformas legales se llevaron efectivamente a cabo, pero no todos los países ingresaron, y con la llegada de la crisis económica, el proyecto del SECA pasó a ser secundario. Este elemento está resultando especialmente sangrante ante la actual crisis humanitaria, ya que se están aplicando diferentes políticas de asilo, no se está siguiendo el compromiso de reubicación de refugiados, y al mismo tiempo, existen enormes deficiencias en varios sistemas de asilo, notablemente el de Grecia, uno de los países que más refugiados recibe.

Partidarios del Brexit celebran la victoria en el referéndum de junio

La persistente crisis de la Unión Europea ha provocado que en los últimos años, hayan surgido políticas identitarias y nacionalistas que tuvieron su cénit con la victoria del Brexit en el referéndum celebrado en el mes de junio, y que tendrán un gran protagonismo en los próximos meses. El euroescepticismo va más allá de la mera salida de la Unión Europea, y tiene componentes racistas en su discurso. Es precisamente el racismo uno de los mayores problemas actuales de la Unión Europea. La simplificación que lleva a achacar el aumento del terrorismo internacional a la llegada masiva de refugiados a Europa está provocando que cada vez más gente se oponga a la integración de éstos, y que se lancen en manos del populismo de extrema derecha que propone mano dura al respecto, ante la pasmosa inacción de los organismos comunitarios.

La Unión Europea puede venirse definitivamente abajo con las citas electorales de este 2017. Francia, Alemania y Holanda se enfrentan a las urnas con incertidumbre, y con la creciente influencia en los tres países de partidos de cuño extremista. El neerlandés Geert Wilders, presidente del Partido para la Libertad, dispone de una cómoda ventaja en las encuestas que permiten pronosticar que podría ser el próximo ministro de su país. En cuanto a las elecciones alemanas, parece poco probable que la canciller Angela Merkel pierda el gobierno, ante la perspectiva de reeditar la gran coalición con el SPD, pero se registrará un aumento exponencial del partido Alternativa por Alemania, de ideología euroescéptica e islamófoba, que podría condicionar la agenda de la próxima legislatura. Donde existe la mayor incertidumbre es en Francia, con la posibilidad real de que Marine le Pen pueda convertirse en la próxima presidenta del país, y empujar a éste a un referéndum sobre su permanencia en el club europeo. Una salida de Francia de la Unión Europea podría ser mortal para ésta.

Al mismo tiempo, Europa se enfrenta al reto común de la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos. El magnate se ha alineado hace tiempo con las posturas euroescépticas, y debe encontrarse a una Unión Europea fuerte y con orgullo. Toda mejora de la Unión Europea pasa por una profunda autocrítica, y una voluntad de reforma. Tal vez la elaboración de un nuevo tratado que ponga solución a los actuales conflictos sea conveniente. Por encima de todo, sin embargo, debe trabajarse el aumento del compromiso popular con la Unión Europea. La Unión Europea solamente sobrevivirá si su gente se implica en su reconstrucción, aumentando su accesibilidad y su amabilidad. En una época en que la política mundial entra en terreno desconocido, una Unión Europea fuerte, coherente, plural e integradora no es solamente deseable, sino necesaria. Ése es el gran reto de 2017.

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