Tony Blair y su familia en la puerta de Downing Street en 1997
Tony Blair ha reaparecido en la vida pública, para participar en un acto ligeramente político con el que fue su sucesor como miembro del Parlamento de Sedgefield, y ha aprovechado la oportunidad para confirmar al 100% su apoyo a Ed Miliband, candidato laborista a las próximas elecciones. Ese apoyo puede entenderse desde muchos niveles, y como algo no necesariamente positivo, porque Blair no goza ya del apoyo que tenía en el partido que dirigió durante casi 15 añso, en parte por su política al respecto de la guerra de Irak, que produjo que saliera del gobierno de forma abrupta en 2007, tres años antes de finalizar su mandato.
Sin embargo, el próximo 1 de mayo, a poco menos de una semana de las elecciones que pueden significar el regreso de los laboristas al poder en Gran Bretaña tras un lustro de oposición, se cumplen 18 años de las elecciones generales de 1997, en las que el Partido Laborista, con el abogado escocés Tony Blair al frente, obtuvo la mayor victoria de toda su historia, rebasando en más de 75 escaños la mayoría absoluta de 330, y acabando de esta manera con los largos mandatos conservadores, con Margaret Thatcher y John Major como los ocupantes del número 10 de Downing Street, la sede de la presidencia del gobierno británico, situada a mitad de camino entre Trafalgar Square y las Houses of Parliament en Londres.
Tony Blair suponía un auténtico cambio en la vieja y oxidada ortodoxia laborista, que no había sabido hacer frente a las políticas más liberales e inflexibles del thatcherismo. El Partido Laborista se había dejado el alma en diferentes batallas políticas contra las víctimas del thatcherismo, entre ellas la lucha por los derechos de los mineros que estuvieron en huelga durante más de un año, sin embargo, habían llegado a un punto en que, aparte de sus votantes tradicionales, los laboristas eran incapaces de atraer a un nuevo electorado que les permitiera retomar el poder perdido. En estas circunstancias, se produjo el relevo al frente del Partido Laborista.
En 1992, había tomado el poder John Smith, un viejo laborista que había sido miembro del último gobierno del partido antes de Margaret Thatcher, el de James Callaghan, y que accedió a la dirección de la formación socialdemócrata británica a la dimisión del líder de la oposición contra la primer ministra, Neil Kinnock, que había sido incapaz de evitar la cuarta derrota electoral consecutiva de los laboristas. Smith, que tenía 53 años cuando se hizo cargo del partido, parecía un líder débil y de transición, sin embargo, pronto empezó a luchar a brazo partido contra la política económica conservadora, poniendo contra las cuerdas al primer ministro, John Major, y esto se expresó en un significativo aumento del apoyo a los laboristas en las encuestas, superando a los conservadores. Todo acabó abrupta e inesperadamente en la mañana del 12 de mayo de 1994, cuando John Smith sufrió un infarto, y no pudo recuperarse. Tenía 55 años.
Además de la profunda pena por la muerte de su líder, el Partido Laborista se encontraba en una situación de vacío de poder. Se convocaron para el 21 de julio unas primarias en las que se esperaba la elección de un líder perteneciente a la nueva ola de laboristas. Todos los ojos se pusieron entonces en Gordon Brown, miembro del Parlamento y mano derecha del difunto John Smith, sin embargo, y sorprendentemente, Brown no se presentó, y quien sí lo hizo fue el también miembro del Parlamento y ministro del Interior en la sombra Tony Blair. Muchísimas personas apuntaron a que se había producido una reunión en un restaurante del barrio londinense, generándose un acuerdo de caballeros entre Blair y Brown en el que se acordó que el primero se presentaría y podría ser primer ministro, y el segundo tendría un cargo importante en el gobierno británico y sucedería al otro en la segunda legislatura al frente del gobierno.
Finalmente, Tony Blair ganó incuestionablemente las elecciones primarias, y se convirtió en jefe de la oposición. El nuevo líder del Partido Laborista inició una revisión de los postulados tradicionales de su formación hacia el centro político. En claro, los laboristas renunciaron a las políticas más de izquierdas y aceptaron el capitalismo. La política que inició el nuevo jefe de la oposición se llamó nuevo laborismo, y se inscribió dentro de la tercera vía del presidente de los Estados Unidos Bill Clinton. Desde julio de 1992, cuando John Smith fue elegido al frente del partido, los laboristas habían empezado a despuntar en las encuestas. Con Blair, que representaba el cambio en profundidad en el Partido Laborista, la ventaja era cercana a los 25 puntos porcentuales contra John Major, que luchaba por la reelección.
En 1996, se presentó el manifiesto del New Labour, el movimiento interno dentro del Partido Laborista capitaneado por Tony Blair, llamado "New Labour, New Life for Britain". El programa electoral, presentado por los principales líderes del Partido Laborista, tuvo un impacto enorme dentro de la ciudadanía, que pudo consultar y conocer de primera mano cuáles eran los planes de aquel grupo de políticos que aspiraban a gobernar a partir del año siguiente en Gran Bretaña. El manifiesto especificaba las medidas más cercanas al neoliberalismo y alejadas de ese laborismo clásico tan importante anteriormente, y que ahora estaba de más. Sin embargo, según se fueron acercando las elecciones, las enormes distancias con los 'tories' se fueron reduciendo, como por otra parte era evidente.
Finalmente, el 1 de mayo de 1997, los británicos, convocados a las urnas, decidieron dar el mandato a Tony Blair, de 42 años en aquel momento, y a sus muchachos. Las cifras eran contundentes: 4 millones de votos de ventaja del Partido Laborista sobre el Partido Conservador, lo que se traducía en una ventaja de 13 puntos porcentuales. En reparto de escaños en la Cámara de los Comunes, las diferencias fueron más bestiales, 38 puntos porcentuales de diferencia, 418 escaños laboristas frente a 165 conservadores, y 30 ministros conservadores que perdieron su puesto en el Parlamento. El resto es historia, de cómo Blair acabó de traicionar al Partido Laborista, y de cómo son muchos los que no le aguantan actualmente. Sin embargo, éste es un maravilloso ejemplo para Ed Miliband de cómo el camino más rápido no es necesariamente el más triunfal, como se demostró con el otrora adorado y hoy apestado Tony Blair.
Tony Blair ha reaparecido en la vida pública, para participar en un acto ligeramente político con el que fue su sucesor como miembro del Parlamento de Sedgefield, y ha aprovechado la oportunidad para confirmar al 100% su apoyo a Ed Miliband, candidato laborista a las próximas elecciones. Ese apoyo puede entenderse desde muchos niveles, y como algo no necesariamente positivo, porque Blair no goza ya del apoyo que tenía en el partido que dirigió durante casi 15 añso, en parte por su política al respecto de la guerra de Irak, que produjo que saliera del gobierno de forma abrupta en 2007, tres años antes de finalizar su mandato.
Sin embargo, el próximo 1 de mayo, a poco menos de una semana de las elecciones que pueden significar el regreso de los laboristas al poder en Gran Bretaña tras un lustro de oposición, se cumplen 18 años de las elecciones generales de 1997, en las que el Partido Laborista, con el abogado escocés Tony Blair al frente, obtuvo la mayor victoria de toda su historia, rebasando en más de 75 escaños la mayoría absoluta de 330, y acabando de esta manera con los largos mandatos conservadores, con Margaret Thatcher y John Major como los ocupantes del número 10 de Downing Street, la sede de la presidencia del gobierno británico, situada a mitad de camino entre Trafalgar Square y las Houses of Parliament en Londres.
Tony Blair suponía un auténtico cambio en la vieja y oxidada ortodoxia laborista, que no había sabido hacer frente a las políticas más liberales e inflexibles del thatcherismo. El Partido Laborista se había dejado el alma en diferentes batallas políticas contra las víctimas del thatcherismo, entre ellas la lucha por los derechos de los mineros que estuvieron en huelga durante más de un año, sin embargo, habían llegado a un punto en que, aparte de sus votantes tradicionales, los laboristas eran incapaces de atraer a un nuevo electorado que les permitiera retomar el poder perdido. En estas circunstancias, se produjo el relevo al frente del Partido Laborista.
En 1992, había tomado el poder John Smith, un viejo laborista que había sido miembro del último gobierno del partido antes de Margaret Thatcher, el de James Callaghan, y que accedió a la dirección de la formación socialdemócrata británica a la dimisión del líder de la oposición contra la primer ministra, Neil Kinnock, que había sido incapaz de evitar la cuarta derrota electoral consecutiva de los laboristas. Smith, que tenía 53 años cuando se hizo cargo del partido, parecía un líder débil y de transición, sin embargo, pronto empezó a luchar a brazo partido contra la política económica conservadora, poniendo contra las cuerdas al primer ministro, John Major, y esto se expresó en un significativo aumento del apoyo a los laboristas en las encuestas, superando a los conservadores. Todo acabó abrupta e inesperadamente en la mañana del 12 de mayo de 1994, cuando John Smith sufrió un infarto, y no pudo recuperarse. Tenía 55 años.
Además de la profunda pena por la muerte de su líder, el Partido Laborista se encontraba en una situación de vacío de poder. Se convocaron para el 21 de julio unas primarias en las que se esperaba la elección de un líder perteneciente a la nueva ola de laboristas. Todos los ojos se pusieron entonces en Gordon Brown, miembro del Parlamento y mano derecha del difunto John Smith, sin embargo, y sorprendentemente, Brown no se presentó, y quien sí lo hizo fue el también miembro del Parlamento y ministro del Interior en la sombra Tony Blair. Muchísimas personas apuntaron a que se había producido una reunión en un restaurante del barrio londinense, generándose un acuerdo de caballeros entre Blair y Brown en el que se acordó que el primero se presentaría y podría ser primer ministro, y el segundo tendría un cargo importante en el gobierno británico y sucedería al otro en la segunda legislatura al frente del gobierno.
Finalmente, Tony Blair ganó incuestionablemente las elecciones primarias, y se convirtió en jefe de la oposición. El nuevo líder del Partido Laborista inició una revisión de los postulados tradicionales de su formación hacia el centro político. En claro, los laboristas renunciaron a las políticas más de izquierdas y aceptaron el capitalismo. La política que inició el nuevo jefe de la oposición se llamó nuevo laborismo, y se inscribió dentro de la tercera vía del presidente de los Estados Unidos Bill Clinton. Desde julio de 1992, cuando John Smith fue elegido al frente del partido, los laboristas habían empezado a despuntar en las encuestas. Con Blair, que representaba el cambio en profundidad en el Partido Laborista, la ventaja era cercana a los 25 puntos porcentuales contra John Major, que luchaba por la reelección.
En 1996, se presentó el manifiesto del New Labour, el movimiento interno dentro del Partido Laborista capitaneado por Tony Blair, llamado "New Labour, New Life for Britain". El programa electoral, presentado por los principales líderes del Partido Laborista, tuvo un impacto enorme dentro de la ciudadanía, que pudo consultar y conocer de primera mano cuáles eran los planes de aquel grupo de políticos que aspiraban a gobernar a partir del año siguiente en Gran Bretaña. El manifiesto especificaba las medidas más cercanas al neoliberalismo y alejadas de ese laborismo clásico tan importante anteriormente, y que ahora estaba de más. Sin embargo, según se fueron acercando las elecciones, las enormes distancias con los 'tories' se fueron reduciendo, como por otra parte era evidente.
Finalmente, el 1 de mayo de 1997, los británicos, convocados a las urnas, decidieron dar el mandato a Tony Blair, de 42 años en aquel momento, y a sus muchachos. Las cifras eran contundentes: 4 millones de votos de ventaja del Partido Laborista sobre el Partido Conservador, lo que se traducía en una ventaja de 13 puntos porcentuales. En reparto de escaños en la Cámara de los Comunes, las diferencias fueron más bestiales, 38 puntos porcentuales de diferencia, 418 escaños laboristas frente a 165 conservadores, y 30 ministros conservadores que perdieron su puesto en el Parlamento. El resto es historia, de cómo Blair acabó de traicionar al Partido Laborista, y de cómo son muchos los que no le aguantan actualmente. Sin embargo, éste es un maravilloso ejemplo para Ed Miliband de cómo el camino más rápido no es necesariamente el más triunfal, como se demostró con el otrora adorado y hoy apestado Tony Blair.
ABOUTME
Periodista y comunicador politico que quiere aportar una vision diferente de la politica internacional en todos sus escenarios, fuera de las noticias mas publicadas en los medios clasicos. En activo desde diciembre de 2014, siempre estamos reinventandonos para ofrecer la mejor informacion y la mas interesante.
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