Ante las próximas elecciones autonómicas en Cataluña, que se producirán el próximo domingo y en las cuales se espera una victoria de las candidaturas secesionistas, resulta interesante y útil echar la vista atrás hacia la última región que estuvo a punto de lograr la autodeterminación y la separación de su país, Escocia. Esa región de Gran Bretaña, tradicionalmente laborista y en la cual el independentismo ha subido enteros durante los años de la crisis, celebró el año pasado un referéndum vinculante sobre su futuro. La consulta se celebró el 19 de septiembre, y después de que los líderes nacionales de los diferentes partidos se prodigasen en la región unos días antes del referéndum, ante la ventaja del “sí” en los sondeos, ganó el “no”, por 400.000 votos y 11 puntos porcentuales. La unión estuvo a punto de romperse, pero se mantuvo, y Europa dejó escapar un suspiro de alivio tras la situación de auténtico pánico que se había generado ante la perspectiva de una secesión.
La consecución del referéndum por
la autodeterminación, una consulta legal y vinculante y aceptada por Gran
Bretaña, se alcanzó en 2013, en lo que se entendió como un triunfo político de
unos y otros. Por una parte, el SNP (Scottish National Party), la formación
independentista que gobierna en Escocia, logró su objetivo y cumplió la promesa
dada al electorado, consistente en que se celebraría esa consulta. Por otra
parte, el primer ministro David Cameron, que por aquel entonces iba muy mal en
las encuestas de popularidad e intención de voto, consiguió con la aceptación
del referéndum anotarse un tanto, y poder aparecer como el hombre de Estado que
había logrado detener las amenazas de secesión unilateral, llevándolas a una
consulta con todas las garantías legales que él esperaba que detuviese las
ansias independentistas. Esta tesis la apoyaban las encuestas en el momento de
la convocatoria de la consulta.
Sin embargo, y según fue
avanzando la campaña electoral, el número de ciudadanos y ciudadanas de Escocia
que afirmaba que iba a votar afirmativamente en la consulta empezó a aumentar
exponencialmente en las encuestas, y hubo mucho miedo entre los altos cargos de
Gran Bretaña, entre ellos el primer ministro David Cameron y el entonces líder
del Partido Laborista Ed Miliband. La situación parecía destinada a un
auténtico choque de trenes, con dos bandos absolutamente enfrentados, y con el
“sí” por delante en todos los sondeos. Entonces apareció un movimiento por el
voto negativo, liderado por el ex – primer ministro británico Gordon Brown, que
defendía la permanencia de Escocia en el Reino Unido pero con más
prerrogativas, más competencias transferidas y en definitiva más autonomía. Era
una tercera vía, un punto medio entre el unionismo, defendido unánimemente por
conservadores, laboristas y liberaldemócratas, y el independentismo, la
posición del SNP. Finalmente, ganó el “no”. Pero es importante señalar que la
permanencia de Escocia en Gran Bretaña no fue un triunfo de la campaña del
miedo liderada por Cameron, sino de la tercera vía, que animó a muchos a votar,
lanzando mensajes en positivo y dando esperanza a los más pragmáticos dentro de
las filas del SNP.
La derrota en el referéndum
provocó la sucesión dentro del Scottish National Party. Alex Salmond había
liderado esa formación durante casi 15 años de su vida, consiguiendo pasar de
la absoluta falta de importancia a liderar el gobierno de Escocia como ministro
principal de esa región de Gran Bretaña, y había llevado al partido y por ende
al país al proceso más importante de su historia, el de la posibilidad de ser
independientes. Se convirtió en un líder profundamente popular, aunque la
principal crítica que se le dirigía era por su cercanía al polémico magnate de
la comunicación Rupert Murdoch. La derrota en el referéndum por la
independencia provocó que Salmond dimitiese como líder del SNP, anunciando su
intención de presentarse al Parlamento en las nuevas elecciones, y su
sustitución por la que era su número dos, Nicola Sturgeon, que tomó las riendas
de sus dos cargos, el de ministra principal de Escocia y el de lideresa del
SNP. Sturgeon era ya una de las políticas más populares de Escocia, y su
ascenso al poder no dejó de ser lógico.
La primera prueba de hierro para el liderazgo de Nicola Sturgeon al frente del SNP fueron las elecciones parlamentarias de mayo de 2015, en las cuales los independentistas escoceses tenían la opción de entrar con mucha fuerza en el Parlamento, y en un escenario determinado, podrían ser clave para formar un gobierno en Gran Bretaña, ante la posibilidad que se planteaba de que hubiera un acuerdo entre laboristas y SNP. Sturgeon era un problema más para el liderazgo de Ed Miliband dentro de la izquierda británica. Las encuestas permitían ser bastante optimistas a los independentistas escoceses, que solamente competían en su territorio, y los resultados fueron infinitamente mejores a las expectativas. El Partido Laborista Escocés, hegemónico en el área, pasó de 41 diputados a 1, con un brusco descenso de 40 parlamentarios, y los liberaldemócratas perdieron otros 10 diputados. La ganancia fue entera para el SNP, que pasó de los seis diputados que había cosechado en las anteriores elecciones a un resultado de 56 parlamentarios, la mayoría absoluta del Parlamento escocés.
Las ansias independentistas de una buena parte de Escocia no han remitido con la derrota del “no” en el referéndum del año pasado. La sombra de una nueva consulta planea en esta zona de Gran Bretaña desde que se votó mayoritariamente la pertenencia en el Reino Unido. Sin embargo, en declaraciones realizadas la pasada semana, la ministra principal de Escocia Nicola Sturgeon quiso enfriar las expectativas al respecto. Siempre según Sturgeon, no hay atajos a la independencia, que solamente se lograría convenciendo a todos aquellos escoceses que votaron “no”, que son mayoría en la sociedad del país. En este momento no hay demasiada posibilidad de que se celebre un segundo referéndum, ni tampoco se producirá una declaración unilateral de independencia, pero, en un claro aviso a David Cameron, avisó que esta consulta podría producirse en cualquier momento, y que no se esperen que el independentismo se haya eliminado por arte de magia un año después de la victoria del “no” en la consulta de 2014.
Escocia es y ha sido siempre crucial dentro del juego político de Gran Bretaña. El Partido Laborista siempre ha gobernado gracias a los diputados escoceses, mayoritariamente del lado de este partido socialdemócrata. De hecho, el nuevo líder laborista, el popular Jeremy Corbyn, ha señalado su voluntad de volver a ganar Escocia para su partido. Sin embargo, cualquier líder que quiera hacer política importante en tierras escocesas tiene que darse cuenta de que esa zona de la Commonwealth está en una encrucijada histórica, con un evidente sentimiento secesionista en el corazón mismo del país, que puede reconducirse hacia una mayor autonomía, o que puede volver a explotar. Lo que es evidente es que Londres nunca más podrá cerrar los ojos ante lo que pase en Edimburgo o en Glasgow, porque si bien la última vez la sangre no llegó al río, otra vez puede ser diferente.
ABOUTME
Periodista y comunicador politico que quiere aportar una vision diferente de la politica internacional en todos sus escenarios, fuera de las noticias mas publicadas en los medios clasicos. En activo desde diciembre de 2014, siempre estamos reinventandonos para ofrecer la mejor informacion y la mas interesante.
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