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Los años de gloria

La izquierda sudamericana afronta una difícil situación que compromete seriamente su futuro. Las victorias electorales de Mauricio Macri en Argentina o de Keiko Fujimori en Perú son la mayor prueba de que el Cono Sur está emprendiendo un camino de vuelta al conservadurismo, frente al desgaste de las opciones progresistas, que han gobernado en los últimos años en esos países. La situación se agrava por lo difuminados que han aparecido estos partidos en las sucesivas citas con las urnas y choca con la situación de hace una década. La pérdida de bastiones fundamentales dentro del continente abre una era de incertidumbre en que la izquierda deberá reinventarse si quiere volver a ser objeto de la confianza ciudadana a medio plazo.

América del Sur es una de las regiones más difíciles de analizar desde el punto de vista político. El principal error en este sentido es aplicar los estándares de la realidad política europea a este continente. Se trata de uno de los continentes más desiguales del mundo, con una presencia recurrente de figuras caciquiles que limitaron los derechos de los pobres durante siglos, y que marginaron a tríbus y grupos indígenas en algunos casos hasta su desaparición. Fue un continente sometido a la colonización de los diferentes imperios, y a la crueldad de muchos de esos conquistadores, que acabaron con la mayor parte de poblaciones autóctonas presentes en esos territorios.

Con el avance de la descolonización y la sucesión de independencias de los países, empezó a surgir un nuevo tipo de poder, con mandatos hegemónicos y permanentes, como el de Porfirio Díaz en México, que hicieron retroceder la llegada a la democracia. A medida que evolucionó el siglo XX, los tímidos avances democráticos en los países fueron ahogados por cruentos golpes de Estado que volvieron a establecer regímenes autoritarios con la connivencia de los países más poderosos, que incluso colaboraron en su instauración. Esas dictaduras fueron cayendo por la presión popular y por la enorme corrupción que se generó en el seno del poder, y las democracias volvieron a surgir. Más o menos 15 años después de que las dictaduras empezaran a caer, una nueva generación de líderes políticos pertenecientes a diferentes facciones de la izquierda empezaron a ganar elecciones.

Hugo Chávez, ex- presidente de Venezuela; Néstor Kirchner, ex- presidente de Argentina; y Lula da Silva, ex- presidente de Brasil

El primero en ser elegido fue el militar Hugo Chávez Frías, que ganó las elecciones presidenciales de 1998 en Venezuela por un amplio margen. Chávez se había convertido ya en una figura habitual de la política de su país, desde que en febrero de 1992 dio un golpe de Estado fallido contra el presidente Carlos Andrés Pérez, un mandatario que había estado muy afectado por la corrupción y que de hecho fue destituido al año siguiente por ello. Chávez fue encarcelado tras el golpe, pero fue indultado por el presidente Rafael Caldera en 1994, como una forma de garantizar el apoyo de los partidos de izquierda a su gobierno. Su popularidad aumentó, y su victoria fue arrolladora. Ya en la presidencia, Chávez inició una serie de políticas de redistribución de la riqueza que integraron a una buena parte de la sociedad venezolana sometida a la pobreza durante décadas. Sin embargo, la polarización política aumentó, y ello provocó que varios países extranjeros, entre ellos España y Estados Unidos, apoyaran el golpe de Estado de 2002, durante el cual Chávez fue derrocado durante 47 horas. Solamente la actitud inflexible de media docena de gobiernos latinoamericanos evitaron que el golpe triunfase.

En el mismo año del golpe fallido en Venezuela, fue el turno de Brasil. En ese país, que había experimentado varias dictaduras en el siglo XX, la democracia se había instaurado en 1985, y en ese año se celebraron unas elecciones ganadas por Tancredo Neves, que había sido primer ministro con el último presidente democrático del país, Joao Goulart. Sin embargo, Neves falleció antes de tomar posesión, y el primer presidente tras la dictadura fue su vicepresidente, José Sarney. En las siguientes elecciones, vencidas por el conservador Fernando Collor de Mello, apareció por primera vez un candidato muy conocido entre las capas más populares de la sociedad, el antiguo líder sindical Luiz Inácio "Lula" da Silva, líder del Partido de los Trabajadores (PT). Lula se quedó a apenas 4 puntos de derrotar a Collor en 1989, y fue derrotado en las dos elecciones siguientes, ambas contra Fernando Henrique Cardoso, que ganó en ambas sin necesidad de segunda vuelta. Sin embargo, en 2002, y por el impacto de la profunda crisis económica que golpeó al país, Lula se convirtió por fin en presidente, con un 61,3% de los votos, derrotando al conservador José Serra, y siendo el primer presidente de izquierdas elegido desde el derrocamiento de Goulart. La victoria del PT significó un cambio social y político en Brasil, y para muchos, la consolidación definitiva de la democracia en el país.

En Argentina, existe una ideología con veleidades a izquierda y a derecha: el peronismo, que gobernó en el país durante gran parte del pasado siglo, bajo el apoyo del Partido Justicialista, con diferentes coaliciones de un lado u otro. Hubo, sin embargo, otras ideologías, por ejemplo, la radical, con la Unión Cívica Radical (UCR), en la que militaba el primer presidente elegido tras la caída de la última dictadura militar, Raúl Alfonsín. De 1989 a 2014, sin embargo, todos los presidentes fueron peronistas, con la excepción de Fernando de la Rúa, radical, presidente entre 1999 y 2001, que hubo de abandonar el país tras el llamado "corralito". Entre la dimisión del presidente y las elecciones de abril de 2003 hubo cuatro presidentes interinos: Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Sáa, Eduardo Camaño y Eduardo Duhalde. La cita electoral de 2003 enfrentó a dos peronistas: el ex-presidente Carlos Menem, como candidato del Frente para la Lealtad, peronismo conservador; y el gobernador de Santa Cruz Néstor Kirchner, como candidato del Frente para la Victoria, peronismo progresista. Menem ganó la primera vuelta por poco, y se clasificó junto a Kirchner a una segunda vuelta. Sin embargo, la baja popularidad de Menem provocó que retirara su candidatura y que su rival se convirtiera automáticamente en presidente electo.

En Bolivia y Ecuador, también se produjeron cambios de este tipo. La situación política y económica de ambos países era muy similar, con crisis cíclicas, y sobre todo con una enorme corrupción que provocaba la salida del poder de un presidente tras otro. En el año 2005, tras una crisis energética que se llevó por delante a tres presidentes, el dirigente aymara boliviano Evo Morales fue elegido presidente de su país, siendo el primer mandatario indígena del país. Morales inició un proceso de nacionalización de varios sectores estratégicos, principalmente el petróleo, y se sumó pronto a la línea de la nueva izquierda iberoamericana que había sido elegida anteriormente. En Ecuador, las elecciones de 2006 se saldaron con la elección del economista Rafael Correa, que había sido ministro de Finanzas brevemente, y que barrió en la segunda vuelta frente a Álvaro Noboa, el candidato conservador. Correa fue reelegido en 2009, y de nuevo en 2013.

Los casos de Chile y Uruguay fueron particulares, porque se trata de países en los que existe menos pobreza, que no desigualdad, con respecto a los anteriores. En el primer país, la dictadura de Augusto Pinochet finalizó en 1989, tras el plebiscito nacional del año previo en el que el no a la continuidad del tirano había vencido por 11 puntos. Las elecciones de 1989 fueron vencidas por el demócrata cristiano Patricio Aylwin, dentro de la Concertación Democrática de Partidos, un conglomerado de fuerzas de centro y de centro izquierda. Desde Aylwin, en 1989, hasta la elección del conservador Sebastián Piñera en 2010, todos los presidentes fueron de la Concertación. Sin embargo, fue especialmente simbólico el triunfo en las elecciones de 2006 de la socialista Michelle Bachelet, hija del general de brigada aérea Alberto Bachelet, fallecido tras las torturas a la que fue sometido durante la dictadura. Bachelet representaba una nueva izquierda moderna y plural, y tuvo que gestionar la muerte de Augusto Pinochet, a finales de 2006. Lo hizo bien entonces.

En el caso de Uruguay, la última dictadura finalizó en 1985. El primer presidente democrático fue Julio Sanguinetti, del Partido Colorado, conservador. Le sucedieron Luis Lacalle Herrera, del también conservador Partido Nacional, y su compañero de filas Jorge Batlle. Desde 1994, la izquierda, organizada en torno al Frente Amplio, una coalición de partidos progresistas, presentó como candidato al oncólogo Tabaré Vázquez, alcalde de Montevideo de 1990 a 1994, y una figura política en alza. Al modo de Lula da Silva, Tabaré perdió dos elecciones antes de ser presidente, aunque en ambas estuvo cerca de ser competitivo. En las de 1994, se quedó a menos de dos puntos porcentuales de ganar, y en 1999, ganó la primera vuelta, pero cayó derrotado en la segunda. No fue hasta 2004, tras la enorme crisis económica que había dinamitado la presidencia de Jorge Batlle, que Tabaré Vázquez se convirtió en presidente. Su victoria fue arrolladora, con un 51% de los votos que le permitió evitar la segunda vuelta. Tabaré fue el primer presidente de izquierdas de la historia de su país.

Dilma Rousseff, Tabaré Vázquez, Rafael Correa, Nicolás Maduro, Michelle Bachelet y Evo Morales

El momento de mayor poder de esta nueva izquierda americana fue en 2008, tras la elección del antiguo obispo Fernando Lugo como presidente paraguayo. Antes, en 2007, se había producido el primer relevo de importancia, cuando Néstor Kirchner dio paso a su mujer, Cristina, que venció sin problemas las elecciones presidenciales de ese año. Dentro de esa izquierda podían diferenciarse dos grupos. Por una parte, la izquierda socialdemócrata, representada entre otros por Lula da Silva, Tabaré Vázquez y Michelle Bachelet, una tendencia reflexiva basada en reformas de calado, pero dentro de los marcos institucionales. Por otra, la izquierda bolivariana, más reivindicativa, con Hugo Chávez como su mayor exponente, y en la que figuraban líderes como Rafael Correa y Evo Morales. Fueron los años de gloria de la izquierda sudamericana.

A partir de 2008, las cosas cambiaron. En 2010, Bachelet cedió la presidencia al conservador Sebastián Piñera, que había vencido las elecciones de ese año, a las que ella no se presentó por limitación de mandatos. También ese año, Tabaré Vázquez abandonó la presidencia de Uruguay. Su sucesor fue el antiguo tupamaro José Mujica, de su propio partido. En 2011, fue Lula quien cedió el cargo, siendo sucedido por su antigua jefa de gabinete Dilma Rousseff. En 2013, falleció Hugo Chávez tras una dura lucha contra el cáncer, y su vicepresidente, Nicolás Maduro, tomó el mando. Es cierto que el regreso de Bachelet y Tabaré a sus respectivas presidencias, pasado el tiempo de "deshielo", es una excepción, y que Mujica fue un presidente muy popular, pero en líneas generales, los sucesores de aquellos líderes iberoamericanos empeoraron la situación, y aumentaron las críticas y las enmiendas a la totalidad a todos los proyectos, obviando los aciertos en la gestión. Los nuevos líderes, especialmente Cristina Kirchner, Nicolás Maduro y Dilma Rousseff, han demostrado tener bastante menos peso político que sus antecesores. Mientras que los antiguos presidentes eran capaces de unir a su alrededor, los nuevos han dinamitado gran parte de su apoyo, y éste es uno de los principales problemas de la izquierda en América del Sur.

El caso de Argentina es especialmente particular. En el momento en que Néstor Kirchner asumió la presidencia, el país se encontraba en una de las mayores crisis económicas y sociales de su historia. El "corralito" y el profundo descrédito de la política pesaban en la mochila del nuevo mandatario. Sin embargo, propios y extraños reconocen que la gestión financiera del gobierno peronista permitió al país pasar de una situación de déficit a otra de superávit en apenas 4 años. Las políticas económicas del gobierno de Kirchner, dirigidas por Roberto Lavagna, convertido ahora en un crítico del Frente para la Victoria, consiguieron revertir la situación de décadas. Sin embargo, la bonanza empezó a acabar en 2007, y con ello, fue gran parte de la credibilidad del kirchnerismo, que quedó definitivamente tocado, tal vez de muerte, en las elecciones del pasado invierno, cuando el ex-vicepresidente Daniel Scioli fue derrotado por el conservador Mauricio Macri. Cristina Kirchner, que fue reelegida en 2011 en la cumbre de su popularidad, se convirtió en su segunda presidencia en una figura extraña que molestaba hasta a los de su propio partido, que estaban hartos de que no tomara ninguna decisión de calado, y que veían con temor cómo determinados casos de corrupción la apuntaban a ella. La derrota del kirchnerismo fue lógica, y la izquierda argentina pasa por un momento de zozobra sin solución aparente.

La principal característica de los países sudamericanos es la enorme desigualdad existente en el reparto de los recursos, la brecha entre ricos y pobres que cada vez es más grande y que está provocando encendidas reacciones sociales. La desigualdad es un elemento fijo de esta parte del mundo, y por ello, el populismo político es habitual y en cierto modo natural. En este sentido se entiende el gran éxito que tuvo en su día Hugo Chávez, planteando políticas de redistribución que funcionaron, y que permitieron que una parte de la sociedad pudiera tener una vida digna. Es cierto que su deriva política, y más la de su sucesor, han provocado que la oposición al chavismo haya aumentado hasta ser hoy mayoría en su país, pero obviar los logros de la gestión de la administración bolivariana resulta tramposo e hipócrita. La importancia de la figura de Chávez, y de otros mandatarios, se enmarca dentro de la tendencia natural en esta parte del mundo a liderazgos fuertes y emblemáticos, con los que la población se identifique, y rayando en muchos casos el caudillismo, a izquierda y a derecha. Esto tiene sus pros y sus contras, pero no se puede negar que algunos de los cambios más importantes de los últimos años se han producido gracias a propuestas populistas.

La izquierda consiguió alcanzar el poder hace una década en gran parte de América del Sur porque le habló a los "descamisados", a los más desfavorecidos, y les prometió que mejorarían su situación. Les integró en la política, les dijo que el poder también era suyo, y que las cosas podían cambiar de otra forma. Los líderes de esa forma de hacer política representaron a una mayoría de la ciudadanía que de manera reflexiva y voluntaria les dio su voto para hacerlo posible, y, sobre todo en los primeros años, no les decepcionaron. Muchos de ellos piden hoy en las calles que vuelvan esas políticas. Para que la izquierda vuelva a ser competitiva, debe hacer un gran esfuerzo de autocrítica, y debe haber cambios. Dilma Rousseff no seguirá muy probablemente como presidenta de Brasil al final de este año por el proceso de 'impeachment' contra ella, y Nicolás Maduro debe hacer caso del clamor que le pide que se vaya. La izquierda debe volver a activar aquellos movimientos sociales que precedieron a los grandes cambios políticos, y regresar a pie de calle para saber qué es lo que la gente quiere. Solamente así conseguirá ponerse en forma, y ocupar de nuevo el espacio clave reservado para ella en el espectro político sudamericano.

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