A finales de este año, la República Argentina celebra elecciones presidenciales. Las encuestas se dirimen entre tres candidatos: el gobernador del estado de Buenos Aires Daniel Scioli, por el Frente por la Victoria; el intendente de Buenos Aires Mauricio Macri, candidato conservador; y el diputado Sergio Massa, por el Frente Renovador. Sea cual sea el resultado, esa cita con las urnas significará el final de una era en Argentina, la del kirchnerismo, habida cuenta de que por primera vez en más de diez años, no habrá un miembro de esa familia como candidato a la Casa Rosada, y 12 años después de que Néstor Kirchner entrara por la puerta de la residencia presidencial, su esposa, Cristina Fernández de Kirchner, saldrá.
No han sido pocos los intentos
para que CFK pudiera ser candidata por tercera vez, a pesar de la prohibición
constitucional expresa al respecto. Después de que quedase claro que la
presidenta no podrá repetir reelección, personas cercanas a la familia
intentaron promover la posible candidatura de Máximo, el hijo mayor del
matrimonio Kirchner, a la presidencia. Máximo Kirchner, de 38 años, tiene el
apoyo principal de La Cámpora, la organización juvenil kirchnerista, y fue en el
marco de esa organización en la que pronunció su primer discurso público, que
entusiasmó a muchos fieles kirchneristas, que veían que aquello le podía servir
de trampolín electoral. Máximo se dejó querer un tiempo, pero acabó rechazando
la posibilidad de presentarse a estas presidenciales, y muy previsiblemente
tampoco a ninguna de las próximas elecciones presidenciales.
Cristina Fernández de Kirchner
afronta por tanto su último año en la presidencia absolutamente metida en su
burbuja. Desde que en 2010 falleciera su esposo Néstor por un infarto
fulminante en la residencia familiar de El Calafate, en la Patagonia, la
presidenta ha ido perdiendo apoyos, y cada vez está más desorientada en un
mundo que no acaba de entender muy bien en el que teóricos fieles la traicionan, como su
primer vicepresidente, Julio Cobos, que se opuso a ella frontalmente durante la
crisis agraria en 2008 dejándola en soledad, o su segundo vicepresidente, Amado
Boudou, actualmente en el poder, sobre el que pesan numerosas acusaciones de
corrupción, lo cual es más grave aún si consideramos que Boudou ha tenido que
hacerse cargo de la presidencia en funciones durante un buen número de
ocasiones por los recurrentes problemas de salud de la presidenta, ingresada
cada dos por tres por dolencias varias que la alejan de las labores para las
que fue elegida ampliamente en dos ocasiones.
Además, Cristina Fernández de
Kirchner ha aparecido últimamente más en los medios mundiales por el caso del
fiscal Alberto Nisman, que la estaba investigando por el presunto encubrimiento
a unos terroristas iraníes que atentaron contra el edificio de la Asociación
Mutual Israelita Argentina (AMIA) en 1994, y que apareció muerto con un disparo
en la cabeza a principios de enero, no quedando claro si se trataba de un
asesinato o de un suicidio, y en vísperas de acusar formalmente a la
presidenta. Las dudas empezaron a planear sobre la presidenta, afirmándose que
le podía beneficiar la desaparición del fiscal. Especialmente desde fuera de
Argentina no faltaron las personas que acusaron a la presidenta de haber
actuado directamente contra Nisman, y CFK les respondió mediante una
kilométrica carta en Facebook en la que por una parte se defendía, y por otra
parte atacaba a quien la acusaba sin pruebas fehacientes. Hace 10 días, Gerardo
Pillicita, el fiscal federal que sustituye al fallecido Nisman, imputó a la
presidenta Kirchner por encubrimiento a los autores del atentado acaecido hace
21 años.
En todo caso, lo que parece
evidente es que la infalibilidad del apellido Kirchner en Argentina se empieza
a diluir como un azucarillo. Es innegable que, en líneas generales, el difunto
Néstor Kirchner fue un buen presidente para su país, dado que se encontró a una
nación quebrada por el corralito y con una política situada en el esperpento, escenificado
en la imborrable imagen del presidente Fernando de la Rúa saliendo en
helicóptero de la Casa Rosada en diciembre de 2001, y logró tanto reconducir la
castigada economía de su país como cerrar definitivamente una página negra de
la nación como fue la dictadura militar. Sin embargo, Néstor cometió el error
de pensar que la presidencia era un cargo meramente hereditario, y que el
nombre, o en este caso el apellido, podía ser una excusa suficiente para elegir
a un candidato. El plan del presidente era conseguir cuatro presidencias para
su familia, él de 2003 a 2007, su esposa de 2007 a 2011, de nuevo él de 2011 a
2015, y finalmente su esposa otra vez de 2015 a 2019. Sin embargo, un infarto
detuvo sus aspiraciones y su vida. CFK fue elegida candidata presidencial en
2011 por la inercia, y no faltaban las personas que pensaban que el candidato
debía ser otro.
Esta segunda presidencia de CFK
ha sido simplemente un conjunto de errores, uno tras otro, coronados con las
dudas por el caso Nisman que podrían costarle muy caros. Muy preocupada por su
imagen, y por negar los problemas externos mediante el cierre de filas, la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha ido viendo durante los últimos
meses cómo cada vez menos personas en Argentina se alían con ella. Como se ha
dicho anteriormente, las elecciones de este año serán las del final del
kirchnerismo, y se abrirá una nueva etapa con otro líder personalísimo, pero ya
tendremos tiempo de hablar de ello. Nadie quiere aliarse con ella, nadie quiere
aparecer demasiado cercano a Cristina. De hecho, su ministro del Interior,
Florencio Randazzo, que aparecía como favorito de cara a las elecciones, ha ido perdiendo fuerza, y a pesar de que muy probablemente participará en la interna del Frente para la Victoria, sus opciones de cara al duelo con Daniel Scioli, el gobernador de Buenos Aires, son muy pocas, principalmente porque se le relaciona enormemente con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Lo cierto es que la familia Kirchner ha conseguido construir una imagen simbólica muy importante desde su llegada a la primera línea de la política argentina, la de una auténtica familia real. Acertaron en la identificación con las asociaciones de víctimas de la dictadura, especialmente con las Abuelas de la Plaza de Mayo, uno de los principales grupos de presión del país, consagradas a la bondadosa acción de buscar a los hijos robados de los opositores asesinados por la dictadura militar. De hecho, recientemente, la presidenta de la asociación, Estela de Carlotto, encontró a su nieto Guido. También fue inolvidable aquella anécdota en la que, frente a un público enfebrecido que gritaba "Cristina presidente", la entonces primera dama alzó su voz para proclamar que ella no era "presidente", sino "presidenta". Los Kirchner siempre han demostrado que las cosas se podían hacer de otra manera, combinando diversas medidas de calado con una política de comunicación y autobombo maravillosa, ambas cosas teniendo que estar en un equilibrio necesario. Sin embargo, en esta segunda presidencia de Cristina, la comunicación y el autobombo han sido más importantes que las acciones de gobierno, y la presidenta parece estar desorientada en este tiempo.
En Argentina, los críticos con Cristina Fernández de Kirchner la llaman despectivamente "la reina". Lo cierto es que la presidenta ha sabido hasta hace relativamente poco manejar la situación con los críticos, sin embargo, en este tiempo, cuando han empezado a crecer y ella se ha empezado a debilitar, se ha convencido de que todos estaban conspirando contra ella. No es raro por tanto que los tres principales candidatos a las presidenciales sean completamente opuestos a ella, y que todo lo que suene a Kirchner en este momento suene a viejo. Es necesaria una renovación en la política argentina, que permita alejarse un poco y valorar lo mucho bueno que Néstor y Cristina Kirchner han logrado en todos estos años de presidencia, que ha sido mayoritario, pero en este momento es difícil considerarlo en toda su complejidad y particularidad de este momento. Pero deberá ser tras la llegada de un nuevo presidente, que empiece una nueva era, sin olvidarse de quiénes han sido sus predecesores, y cuál es su legado. CFK debería intentar cerrar su presidencia dando su mejor cara, corrigiendo sus errores anteriores y siendo una gobernanta estricta y popular. Puede hacerlo.
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