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Perfiles: Manuel Valls, la dureza al poder

El primer ministro francés, Manuel Valls

Decía Robert Francis Kennedy, cuando le acusaban de despiadado, que él no era despiadado y que estaba dispuesto a hacer pedazos al que dijera lo contrario. Algo así debe pensar Manuel Carlos Valls Galfetti, político hispanofrancés de 52 años que lidera, desde el 31 de marzo de 2014, el gobierno de Francia con mano de hierro y con la política de que es mejor pedir perdón que permiso. En todo este tiempo, Valls, como cara visible del presidente Hollande, ha demostrado que no es ningún guardián de las esencias del viejo Partido Socialista francés (PS), y que su labor es gobernar, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Su nombramiento, que se produjo tras una contundente derrota electoral de los socialistas, se debió a que era el ministro más valorado del ejecutivo del anterior primer ministro, Jean-Marc Ayrault, con el que ostentó la cartera de Interior. Sin embargo, se dice que Hollande, consciente del ego de Valls, ofreció antes al cargo al ministro de Defensa Jean-Yves le Drian. Al final fue el ministro del Interior el que se hizo cargo del gobierno francés, y desde el primer día dejó claro que imprimiría su propia huella en el mismo.

Manuel Valls nació en Barcelona, en el barrio de Horta, el 13 de agosto de 1962, hijo de un pintor catalán exiliado en Francia, Xavier Valls, y de una ciudadana suiza, Luisangela Galfetti. A pesar de que la familia Valls vivía en Francia habitualmente, decidieron que su hijo naciera en Barcelona. Xavier Valls era primo del compositor Manuel Valls Gorina, autor del himno del FC Barcelona, equipo del que el primer ministro francés es aficionado. A pesar de haber nacido en España, Manuel Valls se educó en Francia, y estudió en la Sorbona una licenciatura en Historia. A los 20 años de vida, consiguió por fin la doble nacionalidad, algo que él utilizó durante su campaña de 2011 afirmando que había decidido ser francés. A pesar de ser historiador, Valls se fue especializando en comunicación.

Su llegada a la política se produjo en el año 1980, cuando ingresó en las Juventudes Socialistas y enseguida se alió con Michel Rocard, rival interno dentro del PS del todopoderoso François Mitterrand. Por su habilidad política, Valls fue trepando dentro del partido, consiguiendo cada vez más responsabilidad, siendo elegido para su primer cargo público, el Consejo Regional de Île-de-France, a los 24 años de edad. En 1993, fue nombrado responsable de Comunicación del PS, y tras haber sido el delfín de Rocard, pasó a acercarse a otro crítico con el vetusto presidente, Lionel Jospin, cuya comunicación dirigió durante años, incluso cuando éste fue primer ministro. En 2001, dio el salto y se convirtió en el alcalde de Évry, una ciudad 26 kilómetro al sureste de París. Un año después, fue elegido diputado en la Asamblea Nacional por la región de Essonne, y se convirtió en una figura muy habitual en Francia, la del “deputé maire”, diputado alcalde. 

A medida que el partido no respondía a los estímulos externos, la figura de Valls fue destacando entre los afiliados, por su ideología, clasificada en el ala derecha del PS, y su criticismo a la ortodoxia socialista, afirmando que ese proyecto ya estaba obsoleto. En 2011, con motivo de las primarias presidenciales que en otoño elegirían al candidato o candidata para enfrentarse a Nicolas Sarkozy, Valls decidió presentar su candidatura. A pesar de que sus resultados, un pírrico 5% en primera vuelta, no fueron buenos, su figura se revalorizó, y supo subirse al caballo ganador, el de François Hollande, que le nombró responsable de Comunicación de la campaña, y que, cuando ganó, le nombró ministro del Interior. Como ministro, la política de Valls difirió muy poco de la de sus antecesores conservadores, por lo menos en cuanto a inmigración se refiere. El ministro retomó las expulsiones de gitanos rumanos empezadas por el gobierno de Sarkozy y François Fillon, llegando a veces a casos ridículos, como la expulsión de la niña Leonarda Dibrani, que fue muy contestada en la calle. 

Sin embargo, y consciente de su depreciación progresiva, François Hollande decidió lanzarse en sus brazos y encargarle la formación de un nuevo gobierno como primer ministro. El primer gobierno que formó Valls era bastante plural, y contaba con el político antiglobalización Arnaud Montebourg como superministro de Economía. Sin embargo, ese gobierno duró hasta agosto, porque muchos de los ministros empezaron a criticar la indisimulada cercanía de Valls a la política de la austeridad. Intentaron forzar un cambio de política, no lo consiguieron, y entonces, el primer ministro dio un golpe sobre la mesa del presidente: o él o los ministros críticos. Lógicamente, se quedó él, y numerosos ministros disidentes dejaron el gobierno y engrosaron la oposición al gobierno dentro del propio grupo parlamentario del PS, la llamada Fronde, por una rebelión contra Luis XIV. Valls nombró a un gobierno más reducido y más a su medida, y el nombramiento más polémico fue el del banquero de inversión Emmanuel Macron como responsable de Economía. Las similitudes discursivas entre Valls y Macron llegan a ser increíbles. 

Por su política poco popular y muy dura e implacable, François Hollande arrastró a Manuel Valls en su caída en las encuestas, y su popularidad, blindada antes de llegar al Hôtel de Matignon, residencia del primer ministro en Francia, junto con El Elíseo, cayó de forma irremediable. Es cierto, sin embargo, que tras la barbarie del Charlie Hebdo, en la que el gobierno de Valls y Hollande actuó muy bien, parte de las pérdidas se habían rentabilizado. Pero en política, una vez se ha cometido un error se corre el riesgo de cometer muchos más, y eso fue lo que ocurrió cuando Valls decidió este martes utilizar una herramienta excepcional, la recogida en el artículo 49.3 de la Constitución francesa, que permite al primer ministro aprobar una ley por decreto y sin deliberación parlamentaria. La ley en cuestión era la de liberalización económica, que persigue el relanzamiento de las finanzas francesas mediante la reducción de tasas y otras medidas. Este proyecto era tremendamente impopular, y por eso Valls decidió tirar por la calle de en medio. 

Como es lógico, no faltaron las personas que criticaron duramente a Valls por la medida, y la UMP, principal partido de la oposición, decidió presentar una moción de censura, que no tenía visos de prosperar, y que fue rechazada ayer por la Asamblea Nacional por 288 votos a favor del gobierno y 234 en contra. El primer ministro se encaró públicamente con los diputados socialistas que se abstuvieron, llamándoles inmaduros, y a pesar de haber salvado la moción, su debilidad es cada vez más grande. El grupo de críticos de la Asamblea Nacional crece exponencialmente cada vez que Valls lleva a cabo algunas de sus erráticas medidas de austeridad, y es muy improbable que esa tensa relación se calme, de cara a llevar a cabo futuras medidas, lo cual hace prever que tal vez ésta no haya sido la única ocasión en que el ejecutivo se vea obligado a recurrir al escudo del 49. 3 para aprobar alguna medida más. El problema es que tanto Valls como los representantes del grupo opositor dentro de la Asamblea Nacional están totalmente convencidos de mantener sus posiciones y de no cejar en su empeño de acabar con el otro, aunque eso vuelva a debilitar al Partido Socialista francés.

Manuel Valls es hoy por hoy uno de los políticos con más poder de Europa. Es el jefe de Estado de Francia de hecho, y representa un liderazgo diferente al más clásico, parecido al que propugna Matteo Renzi o, en menor medida, Pedro Sánchez. Sin embargo, no es descabellado afirmar que, cuando queda un mes para que se cumpla el primer aniversario de Valls en el poder, éste ha fracasado como primer ministro. El paro sigue subiendo, y las reformas que imponen la austeridad están provocando una enorme contestación social y el aumento de las formaciones de derecha, tanto los populares de la UMP como los ultraderechistas del FN. Por ello, sorprende que ante estas explícitas pruebas de fracaso, el primer ministro esté optando por encerrarse en sí mismo, provocando así que cada vez menos personas dentro y desde luego fuera del gobierno le apoyen. Más sabiendo que probablemente, el primer ministro optará a la Presidencia de la República en 2017. Mucho va a tener que remar Manuel Valls para remontar las encuestas, y poder suavizar su perfil de cara a la gente, que le ve como alguien implacable y duro. Si no, su futuro en política no pinta bien.

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