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Toquen La Marsellesa


Es una de las escenas más gloriosas de la historia del cine, perteneciente a una de las mejores películas que se han hecho en todo este tiempo, "Casablanca", de Michael Curtiz, rodada en 1942, esto es, en plena Segunda Guerra Mundial. En el café de Rick (Humphrey Bogart) en Casablanca, varios generales nazis están entonando canciones propias, ante la aprobación tácita del general Renault (Claude Rains). En ese momento, el revolucionario Victor Laszlo (Paul Henreid) sale del despacho de Rick y les hace a los músicos del café una sencilla y clara petición: toquen La Marsellesa. En ese momento, se produce un instante único, magnífico, en el que el himno francés, representante en ese momento de la libertad, acaba pudiendo con las canciones nazis. Años después, es imposible no sentir escalofríos cada vez que se ve esa magnífica escena, que sin embargo no es la más famosa de la cinta.

El momento histórico que relata la película es el de la guerra, más concretamente en Marruecos, por su posición estratégica dentro de la guerra, en la entrada de África, y cómo en aquel bar ficticio de Rick se juntan personajes de diferente opinión política y de diferente origen para formar un magnífico crisol que hacen de esta película irrepetible. Los personajes están tremendamente conseguidos, sobre todo el choque entre los dos protagonistas masculinos, el melancólico y pesimista Rick con el enérgico e idealista Laszlo. El momento en que la película se estrenó tiene todavía mucho más valor, ya que los americanos no habían entrado aún en Europa, y la situación bélica seguía en 'stand-by', aunque la fuerza nazi empezaba a dar muestras de debilidad, que desembocaría en la derrota del Eje, y la muerte de sus principales cabezas pensantes.

Casablanca era una ciudad que en 1942 estaba bajo el control del gobierno de Vichy, los colaboracionistas franceses, el ejecutivo títere que los nazis habían establecido en el país vecino tras tomarlo en 1940. Al frente, Hitler colocó al general Philippe Pétain, una vieja gloria que había luchado en la Primera Guerra Mundial, y que había ido ascendiendo en el escalafón hasta ser considerado una buena opción por el Führer. Pétain y el régimen de Vichy fueron cómplices absolutos de todas las atrocidades nazis, se pusieron de perfil y permitieron que los nazis mancillaran una parte de la historia de su país. Las imágenes de Adolf Hitler y sus hombres paseando por los Campos Elíseos forman parte de la memoria más negra de Francia. El armisticio se firmó el 22 de junio de 1940, y en ese momento, Francia pasó a ser colaboracionista. Sin embargo, desde el exilio londinense había una nueva esperanza, la representada por el general Charles de Gaulle, que había huido del país, y que, en un mensaje en la BBC, anunció que no se rendía, y que se establecía un gobierno en el exilio, oponiéndose a Pétain y a su impostor gobierno. Era el nacimiento de la Francia Libre, cuyo símbolo pasaba a ser la cruz de Lorena.

La lucha no fue fácil. A pesar del mucho apoyo que existía en Gran Bretaña a De Gaulle y a los suyos, el primer ministro británico Winston Churchill se resistía a reconocer a la Francia Libre como el gobierno legítimo del país galo. Las colonias que formaban el Imperio Francés se aliaron en cambio con la Francia Libre desde un primer momento, y De Gaulle decidió trasladar la capital oficial de la Francia Libre a Brazzaville, Congo. En 1943, las dos Francias Libres, la del general De Gaulle y la del general Giraud, se unieron en un solo movimiento, el Comité Francés de la Liberación Nacional. A medida que Hitler, y con él Pétain, se iba debilitando, la Francia Libre, engrosada con la ayuda americana tras el desembarco de Normandía y con algunos republicanos españoles, iba creciéndose. A finales de agosto de 1944, los hombres de De Gaulle estaban por fin a las puertas de París, la Ciudad de Luz, prestos a liberarla de las garras opresoras.

La historia es un poco más complicada de lo que parece, puesto que el general nazi al mando de París, Dietrich von Choltitz, había recibido la orden de reducir la ciudad a cenizas, de volar los puentes y los principales monumentos de la misma, para convertirla en un Stalingrado que retrocediera el avance de los aliados. Sin embargo, Choltitz decidió omitir la orden, y gracias a ello París sigue brillando con luz propia.

El 22 de agosto de 1944, los soldados de la Resistencia entraron en París. París volvía a ser libre. Francia volvía a ser libre. Los soldados se mimetizaban con los ciudadanos, que salían de sus casas a celebrar la libertad, y todos juntos cantaban. Cantaban concretamente dos canciones, dos himnos que unían a todos en aquellos momentos, "Le chant des partisans", el bello y potente himno de la Resistencia, y, como no podía ser de otra forma, "La Marsellesa", el himno escrito por Charles Joseph Rouget de Lisle, soldado de Napoleón, durante la Revolución Francesa, y que pasaría a ser el himno galo.

Recientemente, tras la barbarie del Charlie Hebdo, la Asamblea Nacional francesa entonó de forma improvisada "La Marsellesa". No ocurría algo así desde el armisticio de la Primera Guerra Mundial. No andaba por tanto desencaminado Victor Laszlo al pedir a los músicos del Café Rick que se tocase el himno francés, que desde entonces se identifica con la libertad.




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